Prepotencia e ingratitud

El Partido Popular se ha caracterizado siempre por la prepotencia y la ingratitud

En más de una ocasión he advertido desde estos Envíos contra las relaciones asimétricas, una de las principales fuentes de infelicidad y conflicto que cualquier observador medio atento detecta en la sociedad. La vida se dispuso de modo que los favores andan desigualmente repartidos, así que lo más fácil entre dos que se quieren, se necesitan o meramente coinciden en el camino es que uno sea más listo que el otro o más rico, aunque ya no puede decirse que más guapo porque todo el mundo sabe, también en América y "desde los salones de Moctezuma a las arenas de Trípoli", que no hay más guaperas posible que Pedro Sánchez.

Todo eso pertenece al orden de la naturaleza, y a nadie debiera importarle, más bien todo lo contrario, tener a su lado a alguien mayor que él en algún aspecto, si no fuera porque demasiado a menudo el supuesto superior pretende extraer consecuencias excesivas que se sufren mal pero se aceptan por conveniencia momentánea o exceso de bondad. Hasta que todo estalla. Por supuesto, por si alguien no se ha dado cuenta aún, hablamos de las relaciones entre el PP y Vox.

El PP es un partido chocante, como sabe cualquiera que haya tenido relación con él, siquiera superficial como en mi caso, que se ha caracterizado siempre por la prepotencia con los que cree por debajo y por la ingratitud con quienes un día apostaron por él. De ahí sus enormes dificultades para encontrar socios perdurables y el vergonzoso abandono a que somete a tantos y tantos de los suyos caídos en desgracia y convertidos en pasto del enemigo. El PP ha tenido que tragarse un sapo muy grande con la eclosión de Vox y la desaparición para siempre de una importante fracción de su electorado, y eso puede justificar algunos desvaríos, pero cualquier partido que no fuera ese habría comprendido ya que con el actual sistema electoral tener a Vox a su lado significa, hoy por hoy, la única opción posible de acceso a cualquier forma de poder. Pero la prepotencia y la ingratitud son la marca de la casa y haría falta una refundación y casi una refundición para que se pudiera esperar otra cosa del PP.

La relación asimétrica a la que el PP quiere someter a Vox, en la que se premia con patadas, desaires y graves ultrajes una colaboración casi inexplicablemente generosa sólo puede terminar mal. La magnanimidad, que diría Sánchez, tiene sus límites.

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