La piriñaca siempre me ha parecido un poco la feria de las verduras. Parece como si tomates, pimientos, cebollas y a veces algún pepino se reunieran a bailar con el aceite de oliva virgen extra al toque y el vinagre de Jerez al jaleo, todo ello con la sal de las salinas de San Fernando marcando el compás. La cosa podría llegar a obra filarmónica si al conjunto se acoplan unos buenos lomos de caballa de La Tarifeña de Tarifa, que es como el paraíso… pero metío en aceite.

Tú ves una piriñaca en el plato y sonríes casi de forma automática. Una piriñaca tiene muchos colores, como un traje de flamenca o los pañuelos esos que nos ponemos los hombres cuando vamos a alguna feria veraniega.

Mucho antes de que Ferrá Adriá inventara lo de la deconstrucción de los alimentos, aquí ya se deconstruía una gazpacho en una piriñaca, con lo cual cabe decir que la piriñaca es alta cocina pero servida en plato de Duralex, que también algún día será vajilla de tres estrellas Michelín.

Así, casi por casualidad, hemos casado a dos humildes que han hecho historia en el almuerzo del mediodía, el plato de Duralex y la piriñaca.

Nunca ha tenido el rango de protagonista. Nunca optó al Óscar por mejor papel femenino. Siempre estuvo al lado de la caballa asá, disimulando su sequedad cuando el cocinero se había pasado con la plancha. Siempre se ha salteado con gambas peladas, con trozos de caballa, de melva o de atún o ha generado grandes milagros de la alimentación como las huevas cocidas cortaditas en trozos como de un deo de gordas y acompañadas de una buena piriñaca.

Ha tenido que hacer incluso el papelón de su vida cuando ha sido obligada a salir por exigencias del guion en presuntos salpicones de marisco, saliendo a escena tan solo con unos palitos de cangrejo.

Ahora estamos en tiempos de piriñaca, de fiambreras playeras que se abren a las dos de la tarde liberando su colorido por la playa, como si fueran un rey mago tirando caramelos en la cabalgata de Reyes. Cuántas veces han contribuido a que no se te atragante un trozo de esos bisteles empanaos que podrían actuar perfectamente como tablas de windsurf, dada su tiesitud.

Cádiz debería saludar a los turistas que llegan hasta aquí con un cuenco de piriñaca, porque la provincia es color piriñaca. Que en los hoteles en vez de flores le pongan a los viajeros su bienvenida de piriñaca. Y si le ponen caballas de Tarifa, ya entonces es que no se moverán de aquí en la vida.

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