J. M. Marqués Perales

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Le Pen, con Putin

Putin se atrevió a invadir Ucrania porque tenía Europa sembrada de durmientes, le falló Polonia, le queda Le Pen

Sin partidos de Estado, sin sindicatos de trabajadores que encaucen el malestar, con los chalecos amarillos como diván, con tantos intelectuales cuyos éxitos sólo reside en epatar de modo perpetuo, uno de cada dos franceses prefería como presidente o a líderes de la extrema derecha o al de la izquierda populista, una polarización tan perfecta que su único nexo de unión es que los tres quieren a Francia fuera de la OTAN, muy lejos de la Unión Europea y no tanto de Putin.

Queda para el último tramo de estas presidenciales Marine Le Pen, que acaba de proponer una alianza militar entre Francia y Rusia. Y es que Putin tenía abonada media Europa, por eso se atrevió a invadir Ucrania, porque suponía que sus durmientes reventarían el consenso. Le ha fallado Polonia, pero no la Hungría de Orban, el amigo de Santiago Abascal. Le Pen le salvaría el cuello al carnicero del Kremlin.

El supuesto cordón sanitario republicano es más una milonga. Si fuesen elecciones legislativas para nombrar a un primer ministro, Macron no tendría con quién pactar. No quedan liberales, ni socialdemócratas ni democristianos. Ni ecologistas. Macron es el único candidato aseado de un país enfurruñado donde ni el propio presidente de la República cuenta con un partido.

A Francia hace mucho tiempo que se le atragantó la globalización, aquellos agricultores que tiraban los tomates españoles en la frontera del Pirineo fueron la avanzadilla. La internacionalización deja muchos cadáveres en el camino, y uno de las mejores remedios, pero sólo por barato, es la nostalgia analgésica, el enfermo económico de Europa sólo sueña con ser lo que fue. Con la guillotina o con las ocas del Perigord.

Hay muchas Francias en cada uno de los países europeos, también en España, donde lo único que tienen en común Vox y Podemos es que son partidos contrarios a la globalización. Antes de que Manuel Gavira, actual portavoz de Vox, clamase en el Parlamento andaluz por la soberanía alimentaria de España, ya lo había reivindicado años antes un comunista revolucionario y leninista, Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde perpetuo de Marinaleda.

La globalización es dura porque obliga a la renovación, a una poda dolorosa, pero no es voluntaria, el mundo está internacionalizado de modo irreversible, y hace mucho más frío fuera del paraguas de la Unión Europea y de la OTAN que dentro. Sin Bruselas no habría ni compras conjuntas de vacunas ni subvenciones al campo, ni euro que resistiera a los especuladores. Sólo alianzas de naciones. Para pelearse entre ellas.

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