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Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Paranoia inducida

NO hubo tregua. El 6 de agosto, Cospedal hacía una de las más graves acusaciones de nuestra historia democrática. Situaba al Gobierno en la estela de las dictaduras -"España vive ahora en un Estado policial"-, con la denuncia de escuchas telefónicas generalizadas a la cúpula de su partido. Una semana después, Rajoy hablaba de "inquisición" contra el PP. Estas manifestaciones dañan, más que a los socialistas, a los pilares del Estado de derecho y trasladan desasosiego y nuevas dosis de desconfianza a la opinión pública. Aún más, la hipótesis en boga, según la cual la acusación pudiera ser una estafa, aumenta el descrédito de uno de los actores centrales de la democracia: los partidos.

En un período con tantos signos erráticos en la política económica, el trazado de un escenario de Estado policial es propio de una estrategia nacida de las miserias. Cuando el verano estaba llamado a dar un leve respiro a los sufrientes de un año horrible, chirriaban demasiado las imágenes de los predicadores de una tormenta que, como parece, estaba instalada en un vaso de agua de un chiringuito de la Costa del Sol.

La insistencia en el intento de alcanzar a la opinión pública con artificios exagerados o falsos despierta el mismo mecanismo de distanciamiento que opera en los espectadores del teatro o del cine. Se puede vivir una construcción magistral, pero prevalece el sentido de que lo percibido pertenece a la ficción. Claro que al cine o al teatro se va de forma voluntaria, con ánimo gratificante, y aquí priman las inducciones interesadas y las piezas en cartel carecen del menor atractivo.

Cospedal en la playa acusaba al Ejecutivo de "corromper las instituciones de la democracia", pero fueron sus palabras las que golpearon el marco institucional -el Gobierno, la Policía, los jueces…-, como también lo hicieron la ausencia de pruebas. Es como volver al nada ejemplarizante tiempo del todo vale cuando lo digo yo… El miércoles, Rajoy lanzaba una excusatio: "Desde el 2004, no hay ningún militante del PP que haya sido condenado". Un diario nacional le recordaba ayer 41 casos.

La idea del Estado policial, en una opinión maltratada por los vaivenes de la crispación, nutre las paranoias de los irredentos, de quienes entienden la democracia como una cancha de boxeo, y añade un argumento más de perversidad a los peligrosos zulos de la irracionalidad política.

La escena pública se orienta hacia el negociado de las miserias de los partidos. Los rifirrafes, más retóricos que dialécticos, rehúyen el objetivo ético y busca el rédito electoral. Desgraciadamente, la naturaleza poco estimulante del discurso conduce a la decepción y al absentismo político de los ciudadanos.

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