El Pinsapar

Enrique Montiel

Ojos y oídos

LO que está a la vista no necesita candiles, solía decir mi madre, mujer sabia y buena. Una verdad de perogrullo, como acaba de ponerse de manifiesto con lo de Wikileaks. En primera instancia, claro. Porque lo que está publicando El País es el peinado de la remesa que ha recibido, que con seguridad no ha sido todo. El peinado y afeitado buscando la no comisión de un delito y la protección de las personas. Al menos eso nos dicen. Pero ¿cómo queda todo lo demás? Lo digo porque en otro tiempo, cuando no había esta instantaneidad de los twitters, el facebook o la fulgurante transmisión de mensajes, todavía se podía entender que un diplomático enviara una carta cifrada al Rey en el que le contaba los detalles de la Corte enemiga, o amiga, pero ¿hoy? Hoy o se entrega lo que no se ve, ni se oye, o con poner la televisión o la radio uno se hace una idea muy aproximada de lo bobo que puede ser un político. O lo perverso.

Wikileaks, para entendernos, ha establecido una nueva frontera en la información con la que los países imperan, o malviven. Un papel se produce en una mesa durante el horario laboral, o cuando una musa baja de la altura e ilumina una mente receptiva. Si pasa los filtros múltiples y llega al punto de ignición, surte el efecto oportuno. O inoportuno. Son demasiadas coincidencias para que un día unos seleccionados periódicos del mundo lo publiquen para pasmo de todos y cinismo de la señora Clinton, hoy afectada porque a ella le afecta más que a nadie todo este embrollo.

Estoy viendo, con mantenida sorpresa, una serie V.O. llamada Rubicón. No coincidieron guión y realización con Wikileaks pero resulta sorprendente, una vez más, cómo la industria cinematográfica norteamericana se anticipa a la verdad histórica. Porque Rubicón es la historia de un gabinete de analistas que descubren que sus hallazgos son utilizados por un grupo secreto de poderosos para convertirlos en "dinero" al mismo tiempo que el "jefe" de la Agencia es miembro del grupo canalla. Que por cierto no tiene ningún problema en emplear los métodos más repugnantes para lograrlo. ¿Qué vale la vida cuando de dinero se trata?

El sistema de ojos y oídos, clásico de la diplomacia mundial, acaba de caer al piso tras el empujón de Wikileaks. Ya nada será lo mismo. Ni la diplomacia, ni los diplomáticos ni los métodos empleados para la custodia de documentos reservados, secretos o altosecretos. Descenderá a donde está ahora, a la pobre condición mortal de correosos maldicientes, a los cobardes y chivatos subjetivos que cierran el paso al talento, a los sumos sacerdotes de la triste religión de la envidia, que ni siquiera firman lo que no escriben. El mundo mira de nuevo para otro lado.

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