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MUCHA gente cree que los menores que cometen delitos pertenecen a familias con una larga historia de pobreza y maltratos físicos. Pero la mayoría de los casos delictivos en los que intervienen menores no son así. Los vecinos del menor detenido en Arriate (Málaga), tras ser acusado de haber matado a una chica de trece años, dijeron que era un chico muy normal. El problema -me temo- es que no sabemos muy bien qué es la normalidad.

Para empezar, habría que cambiar los patrones por los que medimos la normalidad. El cariño y la atención que ha recibido un adolescente por parte de sus padres y profesores es un aspecto tan importante como su educación y su situación social. Y antes de decir si un adolescente es normal o no, convendría saber cuántas veces ha llegado solo a su casa con menos de diez años, o cuántas horas se ha pasado chateando en Tuenti sin que nadie mirase lo que estaba haciendo. Y estas cosas no suelen tenerse en cuenta. O peor aún, se consideran perfectamente normales, cuando no deberían serlo.

Los adolescentes viven en la intemperie moral. De todas partes les llegan incitaciones a consumir que les prometen, alehop, que van a ser guapos y ricos sólo con apretar un botón, pero su vida diaria está muy lejos de ser un triunfo. Muchos arrastran una larga historia de fracaso escolar y de soledad en su casa, ya que viven con unos padres que se han olvidado de ellos o que apenas les prestan atención. Con pocas perspectivas de encontrar un empleo, y con pocas ganas de buscarlo, los adolescentes se han acostumbrado a vivaquear de la mejor manera que pueden. Y ya que no tienen mucho más que hacer, practican el sexo en casetas abandonadas, vagabundean de un sitio a otro, hacen el botellón, fuman porros y consiguen trabajos mal pagados que les duran dos días. Y no hay que ser hipócritas: muchos de nosotros, si estuviéramos en su lugar, haríamos lo mismo.

No es una vida fácil, porque a estos adolescentes cada día se les promete que son los reyes del mambo. Y nadie se ha atrevido a enseñarles que la vida exige esfuerzo y trabajo, y que incluso practicar el sexo requiere un esfuerzo mental y sentimental. Y todo empeora cuando aparece otro de los males de nuestra época que también consideramos muy "normales". En Arriate, por ejemplo, hubo compañeros del menor detenido que llegaron a cobrar 600 euros por revelar detalles del crimen a los paparazzi. Todo esto puede parecernos normal, y quizá lo sea, pero esos periodistas que pagaban mini-exclusivas, y las cadenas que las emitían, son una de las claves de que nuestra apacible normalidad se esté convirtiendo en un frío y desolado horror. Y no es un hecho aislado, como dicen algunos políticos. Son demasiados hechos aislados como para seguir engañándonos.

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