VAYA semanita en España entre el ajetreado debate de investidura, tan fallido como se esperaba, y las declaraciones ante el juez de la infanta Elena y de Iñaki Urdangarín. En apenas cinco días, los ciudadanos han podido comprobar el nivelito de los dirigentes que resultaron elegidos en las últimas elecciones, incapaces de ponerse de acuerdo dos meses después de los comicios, y de una infanta que ejerció su derecho a no contestar a las preguntas de la acusación, una decisión muy discutible dada su condición borbónica y que dejó al fiscal en una situación terriblemente surrealista. Su noos sabe, noos contesta no vino sino a aumentar la desconfianza ciudadana en las personas que han representado en las últimas décadas a la sociedad española en las más altas instancias. Y los políticos, a lo suyo, encrespando supuestos debates y locos, algunos, porque haya nuevas elecciones. ¿Para qué?
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