Desde su llegada al poder ejecutivo del Reino Unido, Boris Johnson ha dado todo un recital de cómo hacer las cosas con el extremo final de su johnson (sí, es lo que piensan). Estratega de la excentricidad, su corta trayectoria como Premier es un compendio de gestión caótica de los bandazos y el oportunismo. Pero tiene una cosa muy clara: lo primero era llegar al poder. Lo segundo, mantenerse en él; lo tercero, quizá, el bien de su país. Lo cuarto, que salga el sol por Canterbury, que queda al Este de Londres. Esta pauta de comportamiento es común en política: la búsqueda y mantenimiento del poder son naturales en el juego competitivo de partidos. Pedro Sánchez ha dado sobradas muestras de seguir tal principio, aunque sea en precario, en minoría, sin credibilidad o lo que queramos censurarle: aun así, la nota que por sus resultados debemos otorgar a su plan personal y dentro de su partido es como mínimo de notable. Sánchez es favorito indiscutible para las requetelecciones de dentro de veinte días, y aunque se le tache de paralizado Don Tancredo ante los disturbios callejeros y la guerra declarada por Puigdemont y Torra contra la mitad de Cataluña y España, muchos reconocemos su mesura en el asunto más grave de la historia contemporánea española (junto con ETA). ¿Hay alternativa a la serenidad ahora, aunque sea tragando adoquines?

Johnson también se mantiene en un contexto institucional más rápido que el español a la hora de poner freno a los arreones de este personaje, un híbrido entre un monologuista algo joker y monje herético. Un dato formidable: tras firmar un acuerdo peor para sus intereses nacionales que el casi firmado por Theresa May, a ultimísima hora y con una Unión Europea -hasta el mismísimo johnson de la idas y venidas británicas-, y tras haber sido apóstol bravucón de un Brexit con peineta y trompetilla, ahora pide un aplazamiento de la ruptura, acordada a finales de este mes. Con lo cual se pone de manifiesto que con quien te pega un estacazo, así, como para romper el hielo, no se puede negociar. Johnson dijo que quería negociar el Brexit, pero no estaba dispuesto a ningún toma y daca: los resultados que aceptaría estaban más marcados que una baraja española en el penal de El Puerto. Exactamente el mismo esquema de Torra al pedir negociar con el Sánchez. ¿Qué quiere negociar, Dios santo? ¿Qué intereses compatibles o comunes hay -aparte de los conflictivos- entre ambas partes (que son partes, pero no pares)? Hace bien el Presidente en no cogerle el teléfono.

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