Según el DRAE, el adjetivo "mezquino" debe aplicarse a quien se manifiesta "falto de generosidad y nobleza de espíritu". No es una definición libre de dificultades. Así, obsérvese que la mezquindad del otro, casi siempre deslizada en comportamientos omisivos, requiere de la persona que la detecta un juicio subjetivo, basado en sus propios valores, por lo que será más o menos atinado según la calidad moral del emitente. Es un calificativo que parece acampar, pues, en el campo de lo opinable y que sólo alcanza verdadera autoridad cuando proviene de aquél que indubitadamente la tiene.

Junto a ello, en cuanto antónimo de la generosidad, requiere una comprensión, aun mínima, de sus mandatos. El mezquino debe tener conciencia de que no está siendo generoso, de su actitud transgresora. En caso contrario, más que mezquino será un necio incapaz de percibir el dolor ajeno y, por ende, sin la inteligencia y perspicacia indispensables para merecer tal reproche.

De igual modo, tampoco cabe confundirla con la mera indiferencia. Ésta -señala Maruan Soto Antaki- "aunque reprobable si sus consecuencias implican un costo […] puede surgir sin una intención o un objetivo razonado". El mezquino, para serlo, ha de reaccionar negativamente a la exigencia de humanidad, saberse traidor a sus principios, anteponer voluntariamente sus prioridades a las necesidades ajenas.

Por otra parte, hay en toda mezquindad un componente de maldad. Pero se trata, al menos cuando nos referimos a actos aislados, de una maldad minúscula, mediocre, mísera en el peor sentido del término. Emboscada normalmente en la dejación, daña bastante más por lo que no hace que por lo que hace, aísla al individuo en su micro universo, alejándole incluso de la malicia del pícaro. Es, al cabo, una muestra de debilidad: al olvidar que todos somos deudores unos de otros, se amuralla en esa ridícula fortaleza que disfraza de soberbia su inanidad.

No debe entenderse lo anterior como una minusvaloración de lo mezquino. Esta pasión, auténtica gangrena de lo cívico, cuando desborda el ámbito de lo privado y prende en grupos sociales, en pueblos o en Estados, acaba siendo lo suficientemente poderosa como para subvertir la realidad y asentarla sobre pilares erróneos, olvidadizos del vulnerable, destructores como casi nada de una convivencia justa y solidaria. Pero de esto, de la mezquindad como motor execrable del anti progreso, me ocuparé la semana que viene.

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