Días caninos

Jorge Bezares

Listas abiertas

 ANTE una España en la que todos los días se caen los palos de algún sombrajo, cada uno aguanta el suyo como puede ante el afán reformista y austericida del actual Gobierno. Por ejemplo, los periodistas andamos estos días defendiendo casi desesperadamente que "sin periodismo, no hay democracia". Los sanitarios madrileños combaten el furor privatizador del PP alertando en la calle de que la sanidad pública es un derecho constitucional y no un negocio para los depredadores del ladrillo que necesitan más madera para montarnos una nueva ruina. El mundo judicial se rebela contra unas tasas que convertirá la Justicia en un derecho sólo apto para ciudadanos bien abrigados económicamente. Así, en los malos tiempos que corren, casi hasta el infinito. Sin embargo, entre los políticos en activo no hay una defensa corporativa del ejercicio de la política como un pilar básico de nuestra democracia. Todo lo contrario. Desde los sectores más conservadores, sabedores de que cargar las tintas contra los cargos públicos cotiza electoralmente al alza, se denigra la política a la primera de cambio. La presidenta de Castilla-La Mancha y secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, ha sido la que lo ha hecho con más inquina. Sobrealimentada durante media vida de sopa boba y adicta a varios sueldos, está por dejar a sus diputados autonómicos en pelota picada para que se callen de una puñetera vez, coño. Desde la progresía, ante tanta corrupción de los propios en los últimos años y tantos Pepiños Blanco por doquier, la desafección engrosa directamente en la abstención. Es verdad que la clase política está para salir corriendo, pero no es menos cierto que la necesitamos como el comer para mantener el Estado social y democrático de Derecho que nos otorgamos con la Constitución de 1978. Sin ella, el populismo, el nacionalismo excluyente y el autoritarismo de las mayorías absolutas están servidos. Urge, por tanto, para cambiar esta peligrosa deriva, que una ciudadanía más competente y más íntegra empiece a aterrizar en la cosa pública. Debemos recuperar la generosidad y el entusiasmo por la democracia que presidieron la Transición. Tenemos que resucitar el diálogo, el consenso y el pacto como herramientas imprescindibles para avanzar juntos, sin dejar a nadie en la estacada. Para ello, no cabe otra que enterrar la partitocracia de prietas las filas, recias marciales a base de listas electorales abiertas, que  revitalicen el derecho ciudadano al sufragio universal. Por eso, aunque sólo sea por eso, la reforma constitucional es imprescindible.

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