Supongo que no será una excepción y que buena parte de mi generación se enganchó a Eduardo Mendoza con La verdad sobre el caso Savolta, una de las obligatorias lecturas del extinto COU. Como lo era Tiempo de silencio, la durísima y excelente historia escrita por Luis Martín-Santos, o La colmena de Cela. Por entonces, lo obligatorio no se consideraba una condena. Era la puerta por la que se accedía a un mundo en el que la palabra servía para imaginar tantos y tan distintos mundos como libros se habían escrito. Hoy, por desgracia, lo obligatorio suena a carga, a lastre que hay que soltar cuanto antes. Una lectura obligatoria parece ahora un castigo y así la literatura, y en general las humanidades, van camino de ser arrinconadas. Engancharse a Eduardo Mendoza, reconocido esta misma semana, es muy fácil, pero aquella feliz obligación de leer ayudaba y servía para tener la llave que abría la grandiosa puerta de las historias.

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