Insolidarios

Alrededor del 80% de las personas que vemos sin mascarillas en las calles tienen entre 25 y 45 años

Puestos a buscar conflictos para la lucha de clases, no sólo la vamos a tener entre ricos y pobres, entre aristócratas y plebeyos, entre gordos y flacos, sino también entre mayores y jóvenes. Se supone que las mascarillas son obligatorias en las calles, comercios y locales interiores, espacios públicos y playas a menos de dos metros. ¿O no? Todos los días aparecen en televisión mensajes, advirtiendo que multarán a quienes no las usen. Pero yo todavía no he visto a ningún policía multando a los cientos de criaturas que pasean sin mascarillas. Sin que todos tengan alarmantes síntomas de padecer enfermedades respiratorias que lo hagan dificultoso. Y se debe decir muy claro: el incumplimiento es descaradamente más alto entre los jóvenes que entre los mayores. Sólo están eximidos los corredores (que deben respetar la distancia) y los enfermos desaconsejados.

Alrededor del 80% de las personas que vemos sin mascarillas en las calles y lugares donde son obligatorias tienen entre 25 y 45 años. No significa que todos los de esa franja de edad lo incumplan. Por supuesto que muchos las utilizan. Pero es la que menos lo respeta. Y resulta curioso, porque la generación millennial (es decir, los de 15 a 20 años, e incluso hasta 25 años) es más cumplidora que la de sus hermanos mayores. La generación que peor lo cumple es la de la Transición, la de quienes nacieron entre 1975 y 2000. Ellos sabrán por qué.

No creo que sea porque políticos como Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Pablo Casado o Inés Arrimadas corresponden, más o menos, a esa franja de la nueva política. Quizá será porque han leído que el 88% de los muertos por coronavirus en España son mayores de 70 años. Pueden pensar que sólo se mueren los viejos. Aunque han fallecido personas de todas las edades. Incluso si piensan eso, existe una virtud laica con la que se le llena la boca a mucha gente, que es la solidaridad. Suele ocurrir, como con la caridad, que la ven como algo muy bonito e ideal, pero para que la practiquen los demás. Y no es así. Concierne a todos, si no el amor, al menos el respeto al prójimo.

No utilizar las mascarillas al principio de la pandemia estuvo en el origen de cientos de muertes. Por la irresponsabilidad de Pedro Sánchez y el doctor Simón, que dijeron una y otra vez que bastaba con lavarse las manos, cuando era imposible adquirir mascarillas. Ahora, como ya las hay en farmacias y supermercados (después de múltiples peripecias), son muy útiles. Pero el mensaje dañino permanece en el subconsciente colectivo. La disciplina social será la clave para ahorrar nuevos muertos. Ahora y en otoño, cuando el peligro será mayor.

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