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PUENTE DE UREÑA

Rafael / Duarte

Inciensos, ecos, almas

LA edad del tiempo es la memoria. El eco sugerido del pasado que torna, ah, inconstante y mutado, con más color que sombras. Llega el incienso, ese tirabuzón de olor que sube entre las grecas de los incensarios a buscar el tañido de campanas, el vuelo de las aves asustadas al despertar del bronce que indican tantos cultos, a la cruz, a las advocaciones, a las vírgenes -manto y dolor- que corren ya nuestras arterias, -sine labe concepta- cuando la primavera abre la luz como un castillo de fuegos artificiales ante el silencio de la noche.

La Semana Santa de entonces, cuando en la radio era estrella Doroteo Martí y si llovía y era el diluvio, debíamos comprar un paraguas en casa de Rubio, y éramos pocos y pequeños, nos parecía acaso más grande, los pasos más serios y litúrgicos, porque mirábamos desde la pobreza, y el lujo no era el barroco, -la perla irregular de la memoria-, sino la suntuosidad contenida.

Y el Domingo de Ramos era la procesión de las palmas, -pocas- y los ramos de olivos, arabescos del aire en la mañana, salían de la Iglesia Mayor durante la Función Mayor de las doce, cuando el incienso era un sabor en la calle y el humo leve que emanaba una metáfora de las ramas de olivo, que, a su vez, evocaban ya el anticipo de los azotes que debelarían la espalda del Cristo de la Columna, místico y mítico, primera imagen que inauguraba la Pasión en la Isla. Capas moradas por el barrio. Eco de sombras y dolor sobre las calles, arabescos de yedras y de musgos, las paredes sin cal, las casas pobres, cuando había que estrenar algo el Domingo de Ramos porque si no se te caían las manos.

La edad del viento es el pasado, su erosión y su nieve. Vuelven de nuevo las palmeras y los dragos silentes del dolor dominan las entrañas. Para mi no es mejor esta Isla que aquella. Es distinta y distante. Tiene menos recursos. Tiene lacras y lucros que callar, como entonces, menos trabajos, políticos quemados y fiestas de guardar.

Ahora la fe ya mortecina por los ataques a la iglesia, constantes, partidistas, absurdos, -cada cual con su fe y sus creencias- vive menoscabada y hay gente que quiere convertir la semana santa en museo y turismo, costumbre y localismo, aparcando su esencia.

Ah, la edad del tiempo, su terca goma de borrar, la inútil elocuencia de la muerte que no traspasa las barreras generacionales, que vuelve noche y nudo la experiencia, ignorancia al contado el tiempo nuevo.

A veces miro el cielo. Las nubes, el color, inmutable del mismo, aquí con gaviotas, menos mal, en las fotos de antaño, en las guerras que dan por los telediarios, en cualquier acto cívico y el cielo no muta ni cambia. El cielo azul admite los silencios, la memoria y los actos de iniquidad desde que el hombre es hombre.

Que el incienso nos alce a la Pasión.

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