Su propio afán
Política de proximidad
Su propio afán
EL viernes pasado, en el Falla, representaron Hamlet, y yo fui a ver Hamlet. Pero la productora se llamaba Kamikaze. Hubiese sospechado algo si hubiese leído las entrevistas al director y al actor, más transparentes que los encendidos elogios de la crítica. Miguel del Arco, director y autor de la versión, avisaba: "Hemos hecho lo que hemos creído conveniente con el texto". Y concretaba: "Cuando le mandé el texto a Israel [Elejalde, el Hamlet] lo había desestructurado mucho porque quería jugar con el personaje de Ofelia, que estaba fuera de la acción en muchos momentos, y porque el salto a la locura era muy grande y no está reflejado".
Yo prefiero la estructura y que se refleje lo que Shakespeare alumbró, sin saltos. Que el teatro se ciña al texto como José Tomás al toro. Con todo, desde el respeto al esforzado trabajo interpretativo de Kamikaze, me eché enseguida a los mansos de mis reflexiones al margen.
Shakespeare, ¿preferiría al censor de entonces que a los adaptadores de ahora? De aquel, al menos, su "sí era sí, su no, no"; de éstos sus "según" devienen desconcertantes. Aunque con Shakespeare pueden hacer lo que quieran, porque no pueden.
Los actores están con los adaptadores, por el juego que les dan. Y los críticos y los entendidos, porque se creen que se lo saben todo y buscan algo divertido, guay, que enganche, etc. Con el nuevo teatro ocurre como con la nueva cocina, gastronomía para los que ya no tienen hambre.
Hacer explícito lo sexual o inventarlo parece el propósito prioritario de cualquier adaptación moderna. Según del Arco, a Hamlet "llegas a entenderle pero dices: '¡Chico, párate!'". No sé si es la mejor manera de tratar a un príncipe de Dinamarca que pasa lo suyo para entenderse y para decidir, precisamente, si se arranca o no. La angustia de Hamlet en el Falla se diría por serlo o no serlo en manos de sus entendedores. Cualquier modernización sube otro conflicto al escenario. Que se cruza -un duelo de esgrima- con el original. Shakespeare siempre se abre camino, dijo Borges. Pero a machetazos, a menudo.
Lo bueno de las adaptaciones creativas es que nos llevan corriendo a releer el original. Ahí, uno es el adaptador, el director, el escenógrafo y los actores. En mi nueva versión, el fantasma del padre de Hamlet clama por otra venganza. Se aleja por las torres nebulosas de Elsinore suspirando: "Prefería el veneno en la oreja, prefería el veneno…"
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