ALFONSO Lazo ha lanzado en su habitual columna de El Mundo un Decálogo Insumiso que los españoles en general, y los andaluces en particular, deberíamos aprender de memoria o, al menos, llevar en la cartera o en el bolso para repasar en el autobús y en la cola de la pescadería. Una especie de tabla cívica, razonada, inteligente y no exenta de humor, que no predica las virtudes amaestradas y políticamente correctas que, por ejemplo, ZP desea imponer a nuestros hijos con Educación para la Ciudadanía, sino la gran e insustituible virtud de la Libertad.

Alfonso Lazo, una de las principales figuras del PSOE andaluz en tiempos que empiezan a ser lejanos, era un joven y exitoso profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla cuando este servidor de ustedes, a mediados de los setenta, frecuentaba sus clases. Puedo, por tanto, dar fe de dos viejas cualidades suyas: la claridad de pensamiento y la capacidad pedagógica. A ello suma desde hace años su amplia experiencia de los ambientes políticos y un conocimiento crítico y profundo de los resortes intelectuales y morales que han hecho posible la hegemonía de los mediocres y paniaguados que padecemos en nuestra sociedad. La rebeldía contra esa mediocridad asfixiante y el deseo de remover unas aguas estancadas que amenazan con pudrirlo todo inspiran recomendaciones como estas: "No dudes en hacer público lo que piensas, aunque te encuentres en minoría"; "combate la prepotencia perdiéndole el respeto"; "concédete de vez en cuando el placer de epatar a la progresía" o, entre otras y hasta diez, "recupera aquello que usurpan los que se dan a sí mismos el título de izquierda: la Ilustración, el progreso, las libertades".

En este país de demagogos, que alardea de dudosas libertades y serviles tolerancias, no es fácil ser simplemente un hombre libre, respetuoso con los demás y dispuesto a valorar ideas y posiciones ajenas, pero firme en la defensa de las propias convicciones. La transición promovió desde el principio un ambiente moral en el que la derecha sólo era admitida en el salón si previamente había dejado en el perchero su legitimidad, sus creencias y su sistema de valores. Es decir, sólo se la contemplaba como comparsa necesaria del sistema, pero nunca se imaginó un horizonte que no estuviera dominado ideológica y culturalmente por la interpretación marxista y postmarxista de la modernidad. Toda la práctica política del llamado progresismo, en especial su actual versión zapaterista, está fundamentado en esa exclusión que deja fuera a la mitad de la ciudadanía. No podemos, no debemos someternos al régimen y es todo un símbolo esperanzador que sea precisamente un socialista histórico y un intelectual como Alfonso Lazo quien se declare insumiso ante la situación y nos haya proporcionado una guía eficaz para la resistencia.

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