La tribuna

juan Manuel Suárez-japón

Gestionar la incertidumbre

EL profesor Carlos Montes, malagueño, catedrático de Ecología en la Autónoma de Madrid, me propuso este asunto: "Gestionar la incertidumbre", para que debatieran nuestros invitados al primer Diálogo en la Frontera de la Sostenibilidad, uno de los pilares del Aula especial que habíamos promovido en el seno de la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA). Era mayo de 2008 cuando el astrofísico Juan Pérez Mercader y el metafísico Ángel Gabilondo, -poco después nombrado Ministro de Educación- confrontaron sus ideas ante un numeroso auditorio, en el que predominaban personas de firmes apegos al conocimiento y la denuncia de los grandes retos ambientales a los que nuestro planeta -y nuestra sociedad- se enfrentaban.

Sólo unos meses antes habíamos echado a andar nuestra Aula con un Foro que se centró en El papel de las artes y las ciencias ante el cambio global, en el que dejaron sus aportaciones Federico Mayor, María Novo, Jorge Riechman, Delgado Cabezas y otros. Como bien se advierte, en ambos casos, la incertidumbre que provocaba la reflexión se asociaba al llamado "cambio global", entendido como "una emergencia del Sistema Tierra influenciada por una serie de fenómenos rápidos, intensos y globalizantes, que generan un marco de gran incertidumbre e impredictibilidad, para el que, por lo general, ni las instituciones ni los individuos estamos preparados".

Mediaba el año 2008 y un poderoso sismo, llamado a aumentar exponencialmente la magnitud de esa "incertidumbre" -la crisis económica con sus poderosas repercusiones en todos los ámbitos de nuestras vidas- estaba ya en el horizonte, aunque, -como ahora recuerdo-, aún no ocupaba el espacio central del debate, ni en nuestra universidad, ni en las líneas de investigación de intelectuales notables, ni en los ámbitos políticos nacionales o regionales. Un tremendo aguacero que quebraría modelos de vida y cerraría una fase civilizatoria, estaba a punto de precipitarse sobre nosotros.

Dejaba algunas señales, pero seguíamos sin dimensionar con la precisión debida la potencialidad del nubarrón. Luego, ya es sabido, llegaron las fuertes lluvias y nos cogieron no sólo con los paraguas cerrados, sino incluso sin tener paraguas que abrir. Muy pronto vimos cómo eran arrasados parámetros de nuestras vidas que suponíamos eternos y fue aflorando un desolado paisaje de paro, de pobreza creciente, de pérdida de derechos sociales que creíamos haber conseguido para siempre, en suma, nos descubrimos en un universo de dificultades, de inseguridades y desconfianzas, en el que deberíamos intentar reconstruir nuestro futuro. Y debíamos hacerlo, además, ignorando la fácil tentación de pensar que bastaría con reproducir los viejos esquemas cuando pasara el temporal.

La incertidumbre es hoy el rasgo común de nuestro tiempo, la envolvente de todos los proyectos vitales y sociales. Y es desde luego el gran reto al que han de enfrentarse quienes han asumido nuestra dirección en mitad de la tormenta. A ellos, de forma inexcusable, les compete ayudarnos a abrir los nuevos caminos, a localizar nuevos acomodos donde nos sea posible -a nosotros y especialmente a nuestros hijos-, construir una vida con los mínimos ribetes de la dignidad. No es fácil, lo sabemos, y no podamos esperar de ellos soluciones que no están en sus manos, ni milagros ingenuos. Quizás uno de los aprendizajes que esta crisis nos lega sea saber que no podemos, -so pena de volver a arriesgarnos-, aguardar que ellos, -los dirigentes-, nos hagan el trabajo, ni resuelvan todos los conflictos. La incertidumbre que nos asuela se asienta, precisamente, en la evidencia de que el poder político ha minimizado sus capacidades frente al omnímodo poder financiero del que a veces se muestra como un mero vicario. Sí podemos demandar de él la valentía para intentar torcer, hasta donde sea posible, el actual rumbo de las cosas.

Y en todo caso y siempre, desde la verdad. Esta capacidad sí está en sus manos y por tanto puede y debe ser exigida a quienes gestionan en nuestro nombre este difícil tiempo. La verdad es el más poderoso antídoto contra la incertidumbre. Tenemos derecho a saber lo que nos sucede y cuáles son los márgenes para nuestra esperanza. Ningún voto vale una mentira, ninguna estrategia justifica el nauseabundo manoseo de las palabras al que a diario asistimos. La verdad es el alimento que esperan las sociedades adultas, más aún que una "trasparencia" que ya ha dejado de ser creíble a fuerza del manejo truculento que de ella se hace. Podemos comprender las dificultades de gobernar este duro tiempo de incertidumbres, pero debemos también exigir que al menos no nos la incrementen gestionándola de forma torpe, guiados por un constante cálculo electoral, con miradas de luz corta, haciendo llegar a quienes malviven y necesitan esperanzas ciertas, esperanzas vanas envueltas en palabras vacías.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios