CUANDO llega el verano y aprovechando las vacaciones, es frecuente el reencuentro de generaciones de una misma familia. En efecto, es normal que los nietos visiten a los abuelos que no suelen ver durante todo el año, o también es corriente reencontrarse con tíos, hermanos o primos a los que tampoco vemos como muy poco desde el verano pasado, incluso se llega a compartir con todos ellos un piso en la playa o en la montaña (gran lío). Además del encuentro en sí mismo, ya de por sí muy saludable, el fin último de estos encuentros es hablar y hablar en esas cálidas noches, en esas madrugadas al fresco, de historias de todo tipo sobre lo ocurrido durante el otoño, el invierno y la primavera que pasaron. Sin embargo, hay otro tipo de encuentro generacional, que es al que me quiero referir hoy, que también suele producirse durante el verano, y que sin ser exactamente un encuentro familiar en sí mismo, paradójicamente, lo supera a veces en cariño y afectividad, y que es sin duda una de las sensaciones más agradables que nos pueden suceder cuando vamos cumpliendo años. Me estoy refiriendo al encuentro de amigos que no son realmente nuestra familia pero que lo parecen. Son esos "amigos-familia" de siempre, que estudiaron juntos la carrera hace muchísimos años y que el destino quiere que en verano nos encontremos con ellos y con sus hijos ya adultos. Es una satisfacción observar los ojos de nuestros hijos escuchando a altas horas de la noche las "aventuras y desventuras" de sus padres cuando eran mozos o mozas en la universidad. Algunas veces pasan, pero otras se les ve atentos y como si sus padres les pareciera en esos momentos personas diferentes. Es toda una experiencia ver a chavales que no son realmente familia comportarse como si los fueran. Es como si esos "otros hijos", los hijos de nuestros amigos, fueran realmente hermanos o primos. No son familia, pero durante unos días o semanas, parece que siempre estuvieron juntos. El concepto de familia es mucho más extenso y diverso de lo que se cree.