¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

Felipe VI

SU abuelo, el Conde de Barcelona, decía de él que era más Grecia que Borbón. Con esto, don Juan quería dar a entender que era un chico serio y algo soso, poco aficionado a esas cosas que tradicionalmente le han gustado a los vástagos de la rama española de la casa de Bourbon: la caza, los toros y las escapadas de palacio. Incluso para los amoríos, Felipe VI siempre fue un hombre formal que quiso llevar al altar a sus diferentes novias, con el consabido escándalo y berrinche de los cortesanos, la parentela y algún que otro periodista del corazón despechado. Al final se salió con la suya y se casó con la nieta de un taxista. Algunos dijeron que era lo mejor que le podía pasar a la Casa Real y, visto lo visto en los últimos tiempos, estamos por darle la razón.

Felipe VI no es dado a borbonear, algo que, en principio, le podría indisponer con un pueblo al que siempre le han gustado los monarcas chulos y déspotas. Su figura es cada vez más trágica y no consigue desprenderse de esa nube de tristeza que nimba su real testa; siempre con un gesto doliente, como si fuese consciente de que la traición ya está afilando sus cuchillos. Observemos bien a su alrededor: ¿de quién se puede fiar SM? ¿De una clase política cada vez más escorada al republicanismo? ¿De una familia dividida y con miembros ante el juez? ¿de una sociedad que ya no siente la emoción sagrada ante la corona? Su padre tuvo a Mondéjar, a Sabino, a Fenández Miranda, hombres leales y sabios que todavía hablaban como en las novelas, pero ¿a quién tiene Felipe VI en esta época en la que la voz del Rey pugna en las redes sociales con la de Belén Esteban?

El escéptico y sabio Montaigne estaba convencido de que la monarquía era la forma de gobierno más adecuada para garantizar la paz y el orden. Puede ser. El problema es que, en España, se le ha dado la vuelta al famoso verso del Cantar del Mío Cid, "Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor", y hemos entonado un prosaico "qué buen Rey si hubiesen buenos políticos". Desde luego, no lo ha sido Rajoy, que ha empujado al monarca a los brazos de Pedro Sánchez, quien ha dejado claro que su favorito como socio es Pablo Iglesias, un hombre que sueña con segar todas las flores de lis de la huerta hispana. Cada vez que escuchamos a uno de nuestros representantes confesando su alma tricolor nos viene a la memoria la figura de Julio Camba escribiendo en el hall de un hotel sus crónicas sobre la II República, aburrido y resentido, recordando con nostalgia los felices días en los que uno podía ser antimonárquico.

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