EL Gobierno de España aceptó ayer sin ningún titubeo la cuota de 14.900 refugiados que la Unión Europea le ha asignado ante la alerta humanitaria provocada por la guerra de Siria. En parte por la presión de la opinión pública, en parte por el propio convencimiento ante las dramáticas imágenes que se han podido ver en los últimos días, el Ejecutivo de Rajoy ha rectificado su inicial reticencia a acoger a un elevado número de refugiados (algo provocado por el alto coste para las arcas públicas en unos momentos en que salir de la crisis es la prioridad) y ha aceptado ser el tercer país en recibir un mayor número de estas personas aterrorizadas ante la gran masacre en la que se ha convertido el conflicto del país asiático, sólo por detrás de dos potencias como Francia y Alemania.

Es casi un lugar común criticar a Bruselas su indefinición en política internacional, su lentitud en reaccionar ante conflictos más que cercanos y su falta de unidad a la hora de tomar las decisiones. Sin embargo, esta vez la respuesta ha sido rápida y contundente. Europa y España han sabido estar a la altura de sus principios democráticos y de sus raíces humanistas, y los ciudadanos andaluces, como españoles y europeos que somos, podemos sentirnos satisfechos y orgullosos. Sólo Hungría, sumida en una deriva xenófoba incompatible con los valores de la UE, ha sido la nota discordante en este movimiento de solidaridad. Por su parte, las monarquías árabes del Golfo Pérsico, que se han negado a acoger a refugiados pese a la riqueza de sus economías, vuelven a demostrar que sólo la complicadísima situación geopolítica de la zona justifica el que sean aliados preferentes para Occidente.

Ahora bien, debemos tener muy claro que estamos sólo ante una situación provisional y que muy mal lo habremos hecho si la gran mayoría de los 120.000 refugiados que acogerá Europa no regresan en un futuro a sus hogares sirios. Lo que se ha hecho ahora es sólo un torniquete, una manera de parar una hemorragia humanitaria que resultaba intolerable para nuestras conciencias, pero hay que curar al enfermo, buscar las soluciones para que la paz y la libertad lleguen a Siria definitivamente. No es fácil en un conflicto complejo y salvaje en el que los dos principales contendientes, el autoproclamado Estado Islámico y el dictador Bashar al Asad, encarnan valores muy distintos a los europeos. Habrá que afilar al diplomacia, aumentar la solidaridad y, ya parece inevitable, intervenir militarmente. Si no lo hacemos, Siria seguirá siendo un problema y, lo que es peor, una amenaza para la comunidad internacional.

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