ME siento rara como el periodo del año que estamos atravesando. Y eso que mi cuerpo lleva ya algunas semanas esperando que rompa definitivamente el otoño y mi estado de ánimo, cabeza y armarios comienzan a asimilar la meteorología que padecemos. Ya va siendo hora de lucir ropa de lana y paño y que desaparezcan los tejidos suaves que nos vemos obligados a llevar para poder hacer frente a los calores presentes.

Este año, más que nunca, el verano no se quiere ir, y de hecho ni San Miguel ni el membrillo han podido con él, por lo que no encontramos inmersos en una nueva estación a la que por estos lares denominamos entretiempo, y a la que mi prima Verónica llama acertada y graciosamente between-time( traducción literal).

Este periodo es aquel en el que una puede ir a limpiar la lápidas al cementerio y llenarlas de flores, comer castañas que se asan en cutres puestos instalados por las esquinas, comprar turrones y polvorones en las grandes superficies, tomar el sol en cualquiera de nuestras playas, comenzar a buscar la ofertas para los reyes, contemplar cómo los operarios municipales van instalando las luces extraordinarias navideñas, asombrarse admirando las prendas de lanas que lucen los escaparates de los comercios mientras intentas adivinar cuando porras podrán lucirse sin sufrir contantes vapores.

Nos encontramos en una estación en la que como hemos podido comprobar no nos tenemos por qué aburrir y de la que además sólo disfrutamos los privilegiados de esta zona, porque el norte lleva semanas con abrigos, guantes y bufandas.

Hasta que las temperaturas bajen drásticamente aquí seguiremos con los armarios llenos de ropa variada y perdiendo cada mañana un tiempo precioso por saber si atreverse con las medias y qué hacer con la cazadora.

Si les sirve de orientación yo ya les digo que aprovecho la espera retocando las tallas de las prendas de invierno que, no sé por qué será, me están todas estre… ¡anchas¡ ¿quien me lo iba a decir¡.