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LÍNEA DE FONDO

José Antonio / López / Jalopez@diariodecadiz.com

Desproporción en Carranza

De pequeño, el estadio me parecía espectacular, grandísimo, aunque con el tiempo perdí esa impresión

EL Carranza siempre me ha parecido un estadio desproporcionado. Me pasó la primera vez que lo visité. O, al menos, la primera vez que me acuerdo de haberlo hecho, una ocasión que aparece en mi memoria con una derrota del Cádiz frente al Rayo Vallecano, creo que por 2-3, con algún gol de Machicha. Ya entonces el estadio me parecía grandísimo, espectacular cuando uno, pequeño en edad y estatura, se adentraba escaleras arriba y acertaba a descubrir el césped y los jugadores corriendo por él. Fue la primera desproporción.

Con el tiempo, me fui adaptando al Carranza y en cada partido iba perdiendo algo de esa profunda impresión causada en las primeras visitas. Pero llegó la segunda desproporción, de otro calibre pero desproporción. Fue en un partido contra el Sevilla que seguí, como casi siempre entonces, desde el fondo sur. Allí estaban los Biris y las Brigadas, cuando la seguridad no era tan estricta. Los sevillistas empezaron a gritar "¡Lo nuestro es un estadio, esto un futbolín!", y las botellas y otros objetos empezaron a volar de una afición a otra con el evidente peligro para los que estábamos por allí. Me di cuenta entonces de que el Carranza tampoco era el Bernabeu -algo de razón tenían los Biris- y también de lo desproporcionado que resultan los insultos y la violencia en un estadio.

La tercera desproporción vino de la mano de Irigoyen, cuando derribó el fondo norte y construyó una grada que no tenía nada que ver con las otras tres. El Carranza se convirtió entonces en un estadio feo, desproporcionado, con cuatro gradas prácticamente distintas.

Y la última desproporción, por ahora, la descubrí el pasado domingo, cuando antes de comenzar el partido un grupo de espectadores empezó a insultar a la ciudad de Badajoz ante la sorpresa e incredulidad de la mayoría de los aficionados cadistas. Flaco favor hacemos al Cádiz, si algunos se empeñan en hacer de la descalificación una seña de identidad de su forma de animar.

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