por los bloques

Óscar / Lobato

Desasosiego

UNA súplica a todos los ministros, consejeros y prebostes del sector alimentario: ¡Por favor, déjenme intranquilo!

Insisto, permitan que la angustia me consuma, la desazón me embargue y la inquietud me asfixie.

Prefiero morir así, en la incertidumbre, a verles ante las cámaras engullendo hortalizas, viandas, embutidos o cualquier otro manjar que pueda conducirnos al valle de Josafat, sea por la E. coli, el mal de Creutfelzd-Jacob o la triquinosis.

No es capricho baladí. Uno tira de memoria y se le representan horribles evocaciones, a cuyo lado lo de Stephen King eran novelitas rosas y las pesadillas en Elm Street, una cura de sueño.

Cómo olvidar la apolínea gallardía de don Manuel Fraga Iribarne, gastando bañador imperial en Palomares. Imposible desterrar del recuerdo a ese mítico centauro, mitad Cid Campeador y mitad Babieca, surgiendo de entre las olas mediterráneas en aquella playa de Cuevas del Almanzora y demostrando que las bombas nucleares no solo son inofensivas; sino que limpian, fijan y dan esplendor.

Impagable también ese recuerdo de don Miguel Arias Cañete devorando a dos carrillos filetes de ternera nacional, para evidenciar que nuestras vacas no estaban locas sino tan solo algo carajotas, aunque muriesen igual que las británicas.

Por eso me estremezco ahora, al pensar cuántas fotos más nos quedan de prohombres y protomujeres ingiriendo pepinos almerienses.

Ya tengo de sobra con doña Clara Aguilera, bellamente ataviada de comadrona y devorando cucurbitáceas en amor y compaña, bajo el plástico de los invernaderos en Pechina.

Se los ruego, déjenme morir en la zozobra. Permitan que me invada el desasosiego. Todo antes que esta sucesión de obscenas demostraciones, cara a la galería.

Claro que, pensándolo bien, aún podría ser muchísimo peor. Imaginan si alguna vez España llega a exportar supositorios o lavativas tóxicas. ¡Aggggggggh, dadme la cicuta!

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