Cartillas y cortillos

Cuando Pedro Sánchez quiere ponerse prudente y previsor es precisamente cuando nos asusta más

Incluso quien me lea ocasionalmente sabe que el elegante pesimismo tampoco es una de mis virtudes. "Eres tan alegre que amargas", me han llegado a decir. Bueno, pues hasta yo veo negro el porvenir inmediato de nuestra patria.

No da ninguna buena espina la gestión de Pedro Sánchez de las crisis superpuestas que padecemos. Su liderazgo -para decirlo pronto- empeora las cosas. Y ni con filosofía nos lo podemos tomar, pues la ha quitado. El hundimiento de su prestigio espanta. Es un caso único: no ha perdido toda la credibilidad. Ha perdido sólo la credibilidad para las buenas noticias.

Por supuesto, su palabra vale muy poco o menos. Es pura justicia poética que se llame igual que el protagonista del célebre relato "Pedrito y el lobo". La diferencia es que aquí vienen una manada de ellos (inflación, Sahara, inmigración, dependencia energética, insignificancia internacional, paro, etc.). Pero lo peor, como digo, es que sí le creemos cuando hace malos augurios. ¿Los hará pensando que, como nos ha mentido tanto, tampoco le creeremos lo pésimo, y así aumentará la confianza? Si es el plan, no está funcionando.

Ahora va y crea las herramientas jurídicas para que los supermercados puedan racionar alimentos en caso de desabastecimiento: «los establecimientos comerciales podrán […] limitar la cantidad de artículos que puedan ser adquiridos por cada comprador». Son palabras mayores que invocan fantasmas de otros tiempos y de otras latitudes. La sombra de las cartillas de racionamiento ha cruzado por el inconsciente colectivo. Hay que ser cortillo de raciocinio para provocar otra crisis de confianza cuando la economía nacional pende de un hilo.

Si el Gobierno tiene datos de que puedan producirse algunos problemas de distribución, no necesitaba gritarlo a los cuatro vientos. Bastaba trabajar (ejem) discretamente (ejem) en un boceto de Decreto-Ley; y dejarlo listo para tramitarse enseguida en caso de extraordinaria y urgente necesidad. Hubiesen matado dos pájaros de un tiro: Sánchez no habría asustado más al respetable y, de hacer falta, habría dado una imagen de pronta respuesta a una crisis, por una vez.

Así nos ha metido otro miedo en el cuerpo y ha creado (¿profecía que se autorrealiza?) las condiciones idóneas (e idiotas) para que la alarma inducida termine provocando la escasez real. Podríamos estar mejor abastecidos de sinceridad, prestigio e inteligencia en el Gobierno de España.

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