EL mes pasado fue el mejor mes de febrero desde que España entró en crisis. Los datos facilitados por el Ministerio de Trabajo apuntan a que la recuperación de la economía nacional se consolida, arrojando cifras esperanzadoras en materia de empleo, uno de los déficits más sombríos desde el punto de vista social: el número de españoles que encontraron un puesto de trabajo en febrero casi alcanzó los 97.000, situándose los afiliados a la Seguridad Social por encima de los dieciséis millones y medio. Datos aún insuficientes, sobre todo teniendo en cuenta la calidad de los empleos generados y el aumento del porcentaje de parados sin cobertura de desempleo, pero claramente encaminados hacia la mejora del mercado laboral, que es consistente en los últimos meses. Una vez más la realidad nacional tiene su contrapunto en la realidad andaluza: dos mil empleados menos. Andalucía acomete una de sus campañas electorales más decisivas marcada por el paro como elemento diferenciador, para mal, con respecto a otras comunidades autónomas y a la media española. El objetivo insinuado de rebajar el índice estremecedor del millón de parados en nuestra tierra ya no será cumplimentado antes de que los andaluces vuelvan a elegir a sus gobernantes. Ahora se aceleran planes de empleo cuya viabilidad está por demostrar, pero el hecho cierto es que el incipiente crecimiento de la economía regional no da para rebajar esta cifra fatídica. Está por ver la influencia que el paro insoportable tendrá en las urnas, pero resulta innegable el efecto del desempleo en el estado de ánimo de una sociedad que no puede acostumbrarse a convivir con este problema y en la desafección de los ciudadanos hacia unas instituciones autonómicas que se revelan incapaces de revertir la tendencia, por más que los factores endógenos de la economía andaluza, sus agentes sociales y económicos resulten determinantes para explicar la atonía que lleva a la persistencia de grandes bolsas de desempleo en numerosos sectores de la actividad productiva. Cualquiera que sea el juicio que merezcan las políticas de empleo que se utilizan, lo cierto es que se han demostrado insuficientes. Tal vez sea ésta la mejor ocasión para que los candidatos a las elecciones del día 22 debatan en profundidad sobre el problema del paro y presenten a los andaluces propuestas que vayan más allá de la política de incentivos y subvenciones, pronunciándose sobre asuntos como las deficiencias educativas y de formación, la selección de sectores estratégicos, la política fiscal, las reformas de la Administración y la innovación. Es decir, centrarse en las causas profundas del diferencial de paro que padece esta comunidad.

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