Aborto obligatorio

Siempre se ha usado el argumento de que sólo aborta quien lo desea, pero no es exactamente así

Cuántor interés tendría un estudio del corrimiento demagógico en la cuestión del aborto. Empezó siendo una desgracia mayúscula que había que despenalizar sólo para evitar sumar mal al mal. Ha acabado siendo un derecho humano de la mujer (no del feto). Con que alguien sugiera que abortar está nada más que regular, ya es acusado ipso facto de fundamentalismo. La evolución del PP y sus votantes sirve de testigo de este desplazamiento. Al principio estuvieron en contra, luego en silencio, luego a favor de la ley de plazos y ahora Isabel Díaz Ayuso valida hasta lo de las niñas de 16 años. El mal menor crece y crece mientras sus votantes aplauden impertérritos, satisfechos de no haberse movido un ápice de sus firmes principios.

Algo parecido estamos viendo en lo referente a su obligatoriedad. Se usó el argumento de que sólo abortaba quien quería, obviando la voluntad de vivir del nasciturus. También es obligatorio para el futuro padre, que no podría evitar de ningún modo ese aborto de un hijo suyo, ni comprometiéndose a hacerse cargo del niño. Irene Montero está empeñada en imponer el aborto a un tercer colectivo: a los ginecólogos.

El ser humano es tan intrínsecamente libre que nos repugna que nos obliguen ni siquiera a aquello que es bueno. Así que imaginen la resistencia que encontrará el aborto obligado en médicos que lo ven mal. Además de su conciencia y su juramento hipocrático, sería su dignidad y su libertad las que se pondrían en la picota.

La especialidad ginecológica es la más consciente de la importancia de la vida del nasciturus, como es natural. Por elección pero también por experiencia diaria. Viven con las madres el gozo de la espera y muchísimas veces han asistido a nacimientos que no eran deseados o resultaban problemáticos por razones físicas, psíquicas o sociales y que produjeron, al final, tantísima alegría como los más deseados.

Hay quien augura un futuro negro para esta especialidad. Los nuevos médicos huirán de una práctica que supondrá un grave riesgo para su libertad y para su deontología a punta de BOE. Cuanto más vocacionales sean esas personas, más reacias a pasar por el aro.

De manera que cuando los médicos, contra el corrimiento general, se resisten, hemos de saber que defienden, además de su objeción de conciencia y, por supuesto, la vida de los no nacidos, la calidad y la categoría de la atención médica a las mujeres y los niños del futuro.

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