El parqué
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En el capítulo LXVI, de la segunda parte del Quijote, Cervantes fija nuestra atención en el título del mismo: "Que trata de lo que verá el que lo leyere o lo oirá el que lo escuchare leer"… Y nos señala así, que la lectura en voz alta de los textos se lleva a cabo en el marco de las distintas formas de sociabilidad de su época. La familia, la taberna, el viaje, donde se recitaban cuentos o historias conocidas de unos y de otros. Son las consejas que le cuenta Sancho a Don Quijote como muestra del recitado oral.
Cervantes nos refleja pues, las costumbres usadas en su época, dadas las altas cotas de analfabetismo. Esta forma de tener oídos para la lengua culta, o, más tarde, digna del primer diccionario de la Lengua Española, hibernará vocablos en nichos de oídos pero sin evolución lingüística, cuando ya no se lea en voz alta para todos y las clases sociales se separen del todo. Pero vamos al ameno ejemplo cervantino:
En el capítulo 32 de la Primera Parte, Juan Palomeque aporta una espléndida descripción de la circunstancia contextual en que se realizaba esta particular práctica de recepción literaria: -... Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí, las fiestas, muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos del más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas... Tomo 1 del Quijote. Sobre sus lecturas preferidas, el ventero dice que querría estar oyéndolos noches y días; la ventera replica con irónica gracia que ella también, pues sus mejores ratos son cuando vos estáis escuchando leer; yo también gusto mucho de oír aquellas cosas, declara a renglón seguido Maritornes; la misma insistencia en la percepción auditiva de las historias caballerescas confiesa la hija de los venteros: también yo lo escucho, y, en verdad, que aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oíllo. Los dueños de la venta poseen dos libros, Don Cirongilio de Tracia y Felixmarte de Hircania, que hacen las delicias de amos, criados y segadores, todos convertidos en oyentes ávidos de escuchar su lectura. La palabra celebro (cerebro) hiberna en la forma auditiva hasta, prácticamente nuestros días. Igual que indición, melecinas, medecinas, coronista, -epéntesis de ejemplo lingüístico clásico- chicoria, narifante y ginasio…palabras hibernadas, cultas en su momento, sustentadas por oyentes analfabetos, a través de los tiempos.
Los libros son caros. Alonso Quijano vende tierras para lograrlos, lo confiesa en el capítulo primero: "que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y, de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos".
Los libros de caballerías eran regularmente gruesos infolios de alto costo, en 1556, en el inventario de un editor toledano, el Palmerín, el Cristalián, el Cirongilio y el Florambel, sin encuadernar, se valoraban, respectivamente, a 80, 136, 102 y 68 maravedíes cada uno, en ese mismo año, medio kilo de carne de vaca costaba en la región algo más de 8 maravedíes, y otro tanto de carnero, unos 15. Eran caros. Asaz caros. A mí personalmente, lo de leer en grupos el Quijote en librerías o colegios me hace descender imaginativamente a aquellos entonces...
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