Tres días

Balas de plata

26 de mayo 2025 - 08:02

Tres ciudades marroquíes, casi una al día. Tetuán, Asillah y Tánger. Tarifa nos escupe, Balnearia nos arrostra. Una excursión de catorce amigos, pero pienso en personas concretas, en Rachid, el chofer del bus el primero, tan callado y profesional, llevándonos pacientemente de aquí para allá.

Tetuán: Arkham, el guía alto, metro ochenta y cinco, con pinta de actor inglés ganador del Oscar, yendo de negocio en negocio, de comisión en comisión. Negociar es vivir, regatear es hacerlo siempre. Nos explicó sólo cinco o seis veces el periodo del protectorado español en Marruecos: de 1912 a 1956 (no he comprobado la exactitud de los datos). Cuarenta y tantos años de Franco, Franco, Franco.

Ya no hay Francos, solo símbolos medio tapados. Muchos gatos, pocos o ningún perro. Gatos pequeñitos, recién paridos, con el pelaje suave del que acaba de empezar a maullarle a la vida. Gatos grandes, tumbados donde les parece oportuno, impreso en sus frentes el símbolo de la sarna o el síndrome de la inmunodeficiencia felina. Nos dicen que está prohibido por la ley darles alimento porque el gato gordo no caza ratones. Tiene su lógica.

Casas blancas de puertas verdes (comercios) y marrones (viviendas); manos de Fátima y la sinagoga del bario judío, como un corral de comedias sefardí. Un zoco triste, que recorremos cuesta arriba, buscado refugio. En una pared, colgado en una alcayata, un pañuelo palestino: el cartel dice “Gaza”. Poco más. Probaos un traje del Rif, dadle un euro, veinte dírhams. Luego vengo por lo mío, susurra en árabe.

Asillah: su colorido enamora.

Nos perdemos por sus bellos callejones hasta que alcanzamos el camino escondido hacia un chiringuito sobre una playa en la que dos burkas se solazan entre las olas. Bebemos zumos de naranja y mango sentados en mesas de Cruzcampo y San Miguel, ubicadas en un sitio donde se veda el consumo de la cerveza. Contradicciones.

Buscamos restaurantes de cadencias hispanas, vamos de casa García a casa Pepe. Pescados, mariscos, un arroz con bogavante(s) que obliga a la siesta. Pero no, somos valientes, volvemos a la calle y nos perdemos en los laberintos de color yema, azul, verde.

Vemos a Macarena Gómez paseando por la medina, de incógnito, haciendo sus compritas, y nuestras niñas, mientras, mirando trajes, kimonos, camisas y vasijas. Regatean poquito, sonríen mucho. No aprenden. El cielo acompaña. Un hombre y su madre cuidan de nosotros esas noches en el Riad de Asillah. Gente maravillosa, trabajadora y humilde. Como Mohammed el del Betis, caudillo de las camisetas vintage y famoso del tik tok.

Tánger nos recibe con la obra faraónica de un bulevar, preparatoria de un Mundial futbolero. Capitalismo salvaje, la población orientada al turista. Así que, repito, regatea o muere. Calles repletas, estrechas, unidireccionales en balde. Las vistas desde el hotel Continental, la playa especiada de azul.

Es ya el último día, y parece que nos hubieran ordenado dispersarnos. Comemos recordando anécdotas hilarantes mientras contamos con los dedos los dírhams que nos quedan. De vuelta al microbus, nos cruzamos con Huang Xiaoming, actor chino (lo miré después), que nos habla rodeado de un enjambre de cámaras y fans, invitandonos a cenar en su reality gastronómico. Le pregunto si es famoso. Dice que no. Su último programa lo vieron 200 millones de espectadores. Declinamos su invitación, pero en inglés.

Tarifa nos recupera y decidimos reconciliarnos con Occidente. La venta Pinto ofrece un tesoro inalcanzable. Cerveza fría, bocata caliente. La app de reparto de gastos no llegó a funcionar, pero reímos tanto y tan bien. En casa nos esperan miles de almohadas, tan mullidas.

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