El parqué
Continúan los máximos
Hace ya algunos años, la formación profesional cayó en un absurdo desprestigio que vació unas aulas que poco a poco regresan. Los oficios fueron desapareciendo, sin relevo generacional, nadie quería ser electricista, fontanero, mecánico, carpintero o cualquier digna profesión, necesaria y rentable. España se llenó de ingenieros en paro, licenciados sin fortuna, médicos sin plaza, y un largo etcétera de títulos que para poco servían.
Ahora, al parecer, la obsesión por la titulitis avanza, y ya no basta un título, ahora pasamos a la masteritis, y todos aspiran a un master, ya sea inventado, pomposo, inútil o incluso falso. Como no podía ser menos, la política, que actualmente parece ser la profesión con mayor salida en este país, se suma al reto, y donde el valor humano, la personalidad, la trayectoria y el don de gentes eran condiciones básicas, ahora lo son el numero de títulos para respaldar los valores morales que, al parecer, se respaldan con papeles vacíos.
Acusaciones de plagio, negros pagados y fraude respaldan muchos de estos fatuos esfuerzos, que realmente en la práctica jamás se aplican. El gran problema es que se desprestigia tanto que uno ya no sabe qué creer. Verdaderamente existen personas que se esfuerzan, se preparan, se forman y ascienden a puestos de trabajo que demandan a verdaderos profesionales, pero que quedan eclipsados por una tormenta de a ver quién tiene el titulo más grande, no por profesionalidad, sino por ego e ínfulas políticas para demostrar que son lo que no son, profesionales en su materia.
Prefiero mil veces a un simple licenciado, en la materia que sea, pero honesto, que no haya cometido la atrocidad de arruinarle la vida a nadie, aunque, y a estas alturas a nadie nos sorprende, solo haya vivido por y para la política. Prefiero mil veces a un buen gestor, aunque en su casa solo cuelgue el retrato de su primera comunión, que a un profesional de la masteritis, con un despacho plagado de títulos vacíos que nunca le sirvieron de nada, y que encima, ni sabe gestionar.
Mucho ha cambiado el mundo, y ahora, entre bobadas y bobos, perdemos el tiempo en todo, menos en gestionar, vivimos el tiempo de los experimentos sin gaseosa, tiempos de elefantes en una juguetería, tiempos de amiguismos y de acusaciones vacías, tiempo de inocentes dilapidados por el teclado y de culpables encumbrados por perfiles falsos. Son tiempos en donde la honestidad, el trabajo, el esfuerzo y la ilusión no tienen cabida, tiempos en los que la profesionalidad, la maestría, el oficio y el buen hacer apenas tienen cabida, y en donde se pierde más tiempo con la faena de capote que con la suerte de matar.
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