El Alambique
Pepe Mendoza
The man in black de la Lotería Española
El otro día leí con tristeza que el inglés Clive Arrindell, el calvo de la Lotería de Navidad, falleció en el verano de 2024. La noticia pasó desapercibida en su país. También en España. No fue hasta el mes pasado cuando nos lo contó un lotero de Murcia, tras contactar con un amigo del difunto. Lamenta el lotero que hayamos tardado un año y medio en conocer la muerte de “la persona que más ilusión repartió”.
Me gustaba ese hombre. Derrochaba elegancia y bonhomía, la cámara lo adoraba. Un señor que, sin haber nacido aquí, nos representó a todos desde 1998 hasta 2005. Un tipo con el que nos identificábamos el 45 % de los varones de este país que hemos decidido afrontar con gallardía nuestra condición de mutilados capilares. Si el pelo fuera importante, decía el gran Eduardo Galeano, estaría por dentro. Pero, pásmense: resulta que “The Man in Black de la Lotería Española”, como se le conocía en Inglaterra, no era calvo. Un día se rapó para un casting en el que aspiraba a un papel en una obra de teatro, se lo dieron y decidió continuar su existencia con el cartón por fuera. Su nuevo aspecto le permitió años más tarde conseguir el trabajo de su vida.
El misterioso personaje se encargaba de que cada Navidad nuestros sueños jugaran. A rememorar la infancia en general y a la lotería en particular. Su presencia imponente, su abrigo negro, su soplo mágico que despejaba de nieve un paisaje envuelto en imágenes en blanco y negro nos conectaba con lo mejor de nosotros. Con cuánta empatía miraba a los prójimos, daba igual que fueran inmigrantes. Con qué elegancia se agachaba a recoger un décimo extraviado y lo alojaba con sutileza en la chaqueta de un currante. Y qué bien cuidaba del barrio mientras la música de Doctor Zhivago lo elevaba y lo bajaba en otro lugar.
Sabemos de sobra que la posibilidad de que un día salgamos en los telediarios el 22 de diciembre con una botella de cava en la mano y una ristra de tópicos en la boca es bastante remota. Dice la estadística, esa ciencia que miente con una precisión encomiable, que sólo tenemos un 0,001 % de posibilidades de que nos toque el gordo y un 5 % de rascar algo en el resto de premios. Por el contrario, la probabilidad de que nos afecte una nueva subida de los huevos es del 100 %. Pero Sir Arrindell nos sonreía, cómplice, desde detrás de la pantalla, y nos convencía de que ese año, por fin, iba a ser.
Tal vez la vida sea eso. Un instante de luz y de ilusión en un infinito mar de sombras. Una Navidad fraterna e invencible, como el verano de Camus. Y el día del último viaje, volver caminando entre la niebla al lugar de donde vinimos. Como Bogart en la última escena de Casablanca. Como el automutilado capilar, que la suerte lo acompañe, de la mirada bondadosa.
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