La rara risa de España

22 de octubre 2025 - 06:00

En España, el país con más metros cuadrados de investigadores, catedráticos y doctores, y académicos de la lengua, la risa ocupa una parcela aparte. Lo no serio. Cuando estuve con reposo médico, jovencísimo, el Quijote, su lectura, me hacía huir con sus jocosismos, de las adversidades padecientes.

Sólo sé que era el libro, con más años que Rita la Cantaora, que arrancaba carcajadas vivas a la pura tristeza que vivía. Cuando un licenciado loco, nos lo citó en el Instituto como ejemplo de locura, -mataba tórtolas en el recreo, sin escopeta- fui entendiendo y comprendiendo más la valía del libro quijotero.

Hoy, con más años, con más lecturas y estudios, sigo riéndome igual que entonces, pero en pasajes recién descubiertos. España es un país ríspido, divisible donde la seriedad impone carácter, siempre en la ciencia, casi siempre en literatura, nunca en las artes. El profesor doctor, de la Universidad de Cádiz, José Antonio Hernández Guerrero, mi profe, retrata el carácter español significativamente: "la seriedad textual nos servirá, si la interpretamos de una manera adecuada, a defendernos de los ataques de la vulgaridad estética de la sociedad y de la brutalidad política de los poderosos, de la ordinariez ambiental y de la crueldad institucional".

Queda, para mí, para servidor, como decíamos en las clases, el que los discursos de entrada en la Real Academia Española, a lo largo de su existencia, no lleguen a cinco, y, hoy, en el Congreso de Arequipa, brille más la agria polémica política entre García Montero y su director, a la postre, un Machado.

Aquello de la Unidad de destino en lo universal, parece tornarse en unidad de desatino en lo mismo. Las dos Españas filtradas en las raíces desde los más sórdidos estamentos a los más sublimes.

No sé si reír es sano, o no. Pero sé que evita adversidades, ideas negativas y tiempos muertos.

Me reí en aquellas calendas de las pedradas en la mandíbula, de los dedos escudriñadores de Sancho, de la lección de neguijones y quebrantos de aquella boca y, por ende, de don Quijote su propósito de "hacer pintar" en el escudo "una muy triste figura". No hará falta, asegura Sancho, "porque le prometo a vuestra merced, señor, y esto sea dicho en burlas, que le hace tan mala cara la hambre y la falta de las muelas que... se podrá muy bien excusar la triste pintura".

Luego, le quita humor con su otro humor, cuando en su autorretrato en las novelas ejemplares, cuenta que sus dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros.

Pedradas, manteos, palos...

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