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Análisis

Manolo Fossati

Aquella procesión

Yo lo intenté pero el Señor me llamó por otro camino, probablemente el camino recto para mis evidentemente flojas capacidades de sacrificio y fe

A muchos de los amigos más cercanos (y en algún artículo tal vez) he contado la manera en la que se produjo, hace mucho tiempo, mi desapego no inamistoso hacia la Semana Santa al modo isleño en particular, y andaluz en general, es decir: la improbabilidad de que se me vea asistiendo directamente a estos ritos, ni mucho menos participando en las procesiones, si no es como espectador a veces gozoso del impar espectáculo dramático que suponen.

Me disculparán que lo cuente. A la tierna edad de los siete años, cuando la costumbre de entonces dictaba que uno ya iba teniendo 'uso de razón', no sé si decidí o fui empujado a participar en el cortejo inaugural de La Borriquita, que se acababa de fundar en La Salle. Recuerdo que me llegué a convencer de que sería divertido salir de hebreo, con el novelerismo peliculero que suponía vestir un turbante, y portar una hoja rubia de palmera, con un montón de amigos y compañeros de clase.

La primera decepción fue que no me dieron el turbante azul y blanco como a casi todos, sino que me colocaron en el coro que desfilaba ante el paso, con una simple túnica blanca y aires de monaguillo. Me pasé las cuatro horas largas de procesión cantando cosas como "Los niiiños hebreeeos, llevando raaamas de oliiiivo, salieron al encuentro del Señor, aclamaaando: Hossanna en el cieeelooo…" y otras muchas que no recuerdo pero de las que estoy seguro podría cantar enteras si alguien me apuntara el primer verso con sus notas correspondientes.

Se me hizo la tarde más larga de mi vida, a lo que sin duda contribuyó el dolor de piernas desde el muslo hasta el dedo gordo del pie, tanto como algún comentario del público que se me quedó grabado: "Mira, mira, no tiene que cantar bien el gordito ese…", como si se pudiera calcular la calidad vocal al peso. Bajando por la calle Colón, y mucho antes de la recogida, ya tenía decidido con toda la fuerza creciente de mi razón recién estrenada, que no saldría nunca más en una procesión. Es decir, que yo lo intenté pero el Señor me llamó por otro camino, probablemente el camino recto para mis evidentemente flojas capacidades de sacrificio y fe.

Dicho esto, y como se trata de disfrutar y de vivir, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga en esta Semana.

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