Nunca se está más solo que con los ojos cerrados. Echadas las persianas de los párpados, nos replegamos hacia el interior mientras objetos y personas dejan de existir. La oscuridad que convocamos no es absoluta ni suele dar miedo. La reconocemos como nuestra. Cae una cortina que no es completamente negra, ni siquiera cuando es de noche y fuera se ha apagado la luz. Con los ojos cerrados hay un telón de fondo en movimiento lleno de chispitas casi eléctricas que titilan como estrellas. Es nuestro cielo cuando el cielo de fuera no nos sirve para lo que necesitamos hacer: dormir, amar, llorar... Es un acto íntimo.

La gente que no está privada de visión no suele cerrar los ojos cuando está acompañada, sería tan grosero como dar un portazo. No estamos acostumbrados a echar a nadie. Se requiere la misma confianza para este acto como la necesaria para permitirnos un silencio que no resulte incómodo. Porque cerrar los ojos es decidir aislarse, implica recogerse, rechazar momentáneamente el mundo que entendemos como real, dejarlo fuera. Con los ojos cerrados somos los mismos de siempre, no envejecemos, el paisaje que se distingue es el mismo, ofrece algo de estabilidad en nuestras vidas. Yo sigo siendo yo, la que era cuando jugaba al escondite con las manos en la cara y contando hasta diez. La que a veces no podía dormir de noche y en la oscuridad escrutaba este mismo paisaje eléctrico que veo ahora cuando en mi madurez tampoco consigo conciliar el sueño; la que sentía que el mundo la desconsolaba.

Cerrar los ojos crea inseguridad, nos sentimos vulnerables, nos aísla. Nos deja solos con nuestro monólogo interior. Quizás por eso el insomnio se hace tan insoportable. Nos deja frente a nosotros, sin estímulo exterior ni tabla de salvación. La mayoría recurre a un somnífero que acorte los tiempos y acalle la conciencia. No dejo de pensar cómo si no, podrían los abusones del mundo seguir con su estrategia. No hay palabras para justificar a solas que hemos causado daño, que hemos sido los culpables de que existan víctimas en la noche que invocan el sueño mientras lloran a solas, con los ojos cerrados luchando contra el miedo.

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