Otra vez comienzo un artículo pidiéndoles disculpas. Ay. Es por lo agorero del título del mismo, aunque si lo completan por el principio como están pensando, se consigue un aire erótico festivo la mar de apetecible, ¿no? Yo qué sé. Aunque visto lo visto: pandemia, mosquitos asesinos, volcanes, terremotos, apagón mundial inminente, calentamiento global, el Primark en Bahía Sur, etc. No sé.

Tengo una mijita de miedo y de mala leche, y eso que la perspectiva del regreso de las ferias (las del libro ya han vuelto y las estoy disfrutando lo que me dejan), los capillitas, los carruseles de coros, las intoxicaciones colectivas y el hedor en las calles, me habían insuflado algo de ánimo o el falso ensueño de que aquí no ha pasado nada, señores. Pero Íker Jiménez es terrible, aunque veranee en Barbate, y una, que no ve apenas la televisión, no tuvo mejor suerte que empaparse de sensacionalismos y buscar, por mi carácter curioso o morboso, denme una tregua, un montón de información sobre la cantidad de velas y pilas para bombillas de los chinos que están acumulando los austriacos. Me tienta hacer acopio de latas de albóndigas y melva canutera en aceite de oliva, por si es verdad que va a tocar quedarse en casa debajo de siete mantas y sin Netflix. Un ratito sin Facebook, Whatsapp e Instagram, hace unas semanas, provocó una oleada de nervios incontrolados. Sólo pensarlo me da hambre y han caído dos tabletas de Suchard, por aquello de la ansiedad y lo que de sustitutivo (véase el título del artículo) que el chocolate tiene entre sus múltiples propiedades beneficiosas y no admito lo contrario.

Qué quieren que les diga. Tenemos dos opciones: meter la cabeza en un agujero en la arena en Cortadura o intentar abrazar mucho a todo el mundo, incluso a los que no se lo merecen, porque también serán pasto de las llamas o las olas gigantes de agua o de virus raros, o lo que es peor, la incertidumbre y la pena mora que nos puede volver a invadir, si es que se ha ido en algún momento. Mientras, no he protestado ni un poquito este año por Halloween, y si hay que celebrar todas las fiestas habidas y por haber, incluidas las cutres, bienvenidas sean, siempre que haya alegría en la calle que se lleve el aliento frío de lo que, seguro, nos espera. Que vamos a morir todos, ya lo dicen en las películas de catástrofes, lo sabemos de sobra.

Es la única certeza que tenemos. Por eso, les invito a la frivolidad de la inconsciencia un ratito al día, por prescripción facultativa. Y hagan lo que les guste, que no les va a juzgar nadie. Recuerden, el mundo se va a acabar, y no tendrá la culpa el Kichi.

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