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Y la fidelidad que se deslíe/en los oscuros senos de la tarde… Leo estos dos versos de, en mi opinión, el mejor poeta de la segunda mitad del siglo XX, José Ángel Valente, porque me he puesto a pergeñar este artículo de El Pálpito Amarillo y necesito salir del mal sabor de boca que me ha dejado la derrota en Barcelona a manos del Español-con-eñe. Bueno, he tomado el libro y no sólo he leído estos versos iniciales, sino el poema entero, titulado Jardines, y otros diversos, del deslumbrante poemario que salió a la luz en 1989 con el título de Al dios del lugar. La poesía, que para muchos puede estar inmensamente distante del planeta de la pelota, al menos en mi caso, que para eso uno escribe y publica versos, me transborda a un universo disímil, insólito casi, perturbador.

¿Por qué tengo que leer poesía, y, en especial este poema de significativo inicio, de estos versos que hablan de la fidelidad tras el espectáculo non grato del Español-Cádiz televisivo? Para olvidar, como dice el tango. Porque, para escribir esto que llevas en las manos, querido lector, he de volver a ver mentalmente el partido, he de volver a las imágenes, no demasiado seductoras del partido del Glorioso, y que jamás son agradables cuando el equipo de Cádiz pierde, y pierde justamente, si admitimos que dentro del mundo del fútbol pudiere existir la ciega justicia.

Porque es sólo fidelidad, la pura fidelidad, lo que nos hace seguir sintiéndonos irremediablemente, pase lo que pase, unidos por un cordón umbilical de color amarillo al Glorioso. Glorioso que no es existencialmente tal, quiero decir, por su trayectoria triunfadora, por las victorias o trofeos que acumule, no, sino que lo es por lo que un escolástico seguidor de Tomás de Aquino llamaría esencia. El Glorioso es glorioso por esencia, no por un recorrido preñado de laureles, no, lo es porque sí. La esencia de una cosa es lo que esa cosa es, diría ya antes Aristóteles al disertar sobre el ser. En ese sentido el Glorioso lo es, expongo, porque sí. Nació así, por expresarlo en roman paladino, en habla de calle, vamos. Como se es mujer u hombre. O se es joven o viejo. Sin querer. Por eso argüía arriba acerca de la fidelidad, porque la fidelidad es lo que nos hace llenar Carranza cada quince días, llueva o haga calor o levante fuerte. Se es fiel al Glorioso asimismo porque sí, sin ninguna razón que llevarnos a la boca. Un gitano que vendía pescado fresco en la plaza, el mercado que queda en frente del neomudéjar de Correos, por si algún lector no conoce Cádiz, me enseñó una cosa cuando era un niño, una frase que nunca olvidé: "El que no quiere al Cai no quiere a su mare". Pues eso, como un amor filial, como un amor de madre, frase que se tatuaban en los brazos antes cuatro o cinco de la Viña y los marinos del muelle que se acercaban al Pay-pay y pedían audiencia a las putillas que aparcaban a la altura del Bar Coruña.

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