Análisis

María elena martínez Rodríguez de lema

Una escuela sin clásicos

Los clásicos son nuestras raíces, la base y el punto de partida de nuestra sociedad

Llega septiembre y comienza un nuevo curso. Después de las vacaciones de verano, los alumnos llenan las aulas de los institutos deseosos de reencontrarse con sus compañeros y curiosos por conocer a sus nuevos profesores. Pronto la rutina de las clases y las horas de estudios llenarán la mayor parte de su jornada. Hay que sacarse la ESO y luego una FP o un Bachillerato y después una carrera. Llevan oyendo toda su vida que tienen que estudiar para poder llegar a conseguir un trabajo. Pero eso es otro tema.

En España la educación está reglamentada actualmente por la LOMCE, Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa. En esta ley, de entrada, en su mismo nombre, llaman la atención las palabras: "mejora de la calidad", cuando ha bajado el gasto por alumno hasta situarlo muy por debajo de la media europea. Para ello nada como meter las tijeras. Y los recortes se aplican sobre todo en las materias educativas que conforman las humanidades, en la creencia de que estas no son tan necesarias. Dentro de ellas la peor parte se la llevan las asignaturas que abordan el estudio de la cultura clásica, el latín y el griego.

Con todo ello se pretende conseguir una formación profesional de calidad, que dé a luz trabajadores sin más, adecuados para un mundo laboral a la baja, donde la precariedad ha venido para quedarse.

Esta ley parece olvidar que antes que la formación profesional está la formación personal, aquella que nos hace ser personas tolerantes con espíritu crítico, que saben expresarse en su propia lengua y que además conocen alguna otra. Personas que saben de dónde vienen y a dónde van, que aman la cultura, el arte, la música, la lectura, y son respetuosos consigo mismos, con los demás y con el medio ambiente.

Un país bien formado con un buen nivel cultural es ya en sí mismo materia prima para el desarrollo económico. Lo primero de todo es contar con trabajo de calidad y formar buenos profesionales, esto es innegable. Pero antes que nada hay que formar personas, y para ello el conocimiento de los clásicos es absolutamente necesario. Un árbol no puede crecer sin sus raíces, porque no se sostendría. Los clásicos son nuestras raíces, son la base y el punto de partida de nuestra sociedad. Sin ellos no seríamos como somos.

Los países de nuestro entorno parecen entender que esto es así. En Francia dedican hasta 6 años al estudio del latín y griego. En Alemania la combinación inglés, como primera lengua extranjera, y latín, como segunda, es la más frecuente. En Italia el liceo clásico es el más prestigioso y el estudio del latín es obligatorio en el liceo científico. Sin embargo, España parece haberse empeñado en dar la espalda al estudio de los clásicos, relegándolo a una representación testimonial, que acabará firmando su acta de defunción.

Nuestros gobernantes deben dejar a un lado los intereses partidistas en bien de la formación de nuestros jóvenes, para fraguar una ley de consenso, sólida y duradera que verdaderamente ampare una educación de calidad, y esto no se puede conseguir volviendo la espalda al estudio de la cultura y las lenguas clásicas a las que debemos todo cuanto somos.

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