Voy a hacer una confesión, tengo una herencia moral de la que ya no creo poder liberarme: la culpa. Ante cada decisión personal, me nacen como setas sentimientos de responsabilidad por los daños colaterales ocasionados. ¿Qué a qué viene esto? Al reparto familiar de las vacaciones. Al difícil equilibrio entre la familia de Jaén, que nos espera para inundarnos de afecto, y mis hijos portuenses, que tienen edad de solicitar unos días libres para disfrutar con los amigos. Intento guarecerme bajo el paraguas de la imposibilidad de contentar a todo el mundo y, aún así, no me desembarazo de la culpa. Entonces me toca escribir esta columna que saldrá el penúltimo día del año y no encuentro asiento suficiente para hacer balance, no me apetece, estoy desubicada en estos días de nadie. Un vistazo a las noticias no ayuda a encontrar el tono: no cesa la violencia machista ni el miedo a atentados yihadistas ni la llegada de inmigrantes y no mejora el nivel de nuestros políticos ni la tensión internacional que Trump provoca a golpe de twitter… Entonces me sale al paso una sorprendente afirmación del filósofo francés Michel Serres que sostiene que la humanidad progresa adecuadamente y eso me anima. Parece que "hay una gran contradicción entre el estado real de las cosas y la forma en que lo estamos percibiendo, porque vivimos como si estuviéramos inmersos en un estado de violencia perpetua, pero eso no es real en absoluto". Apoyándose en datos de la OMS recuerda que "la causa menos frecuente de muerte en la actualidad es 'guerras, violencia y terrorismo'. Muere infinitamente más gente a causa del tabaco y de accidentes de coche." ¿No es esperanzador? Yo, por lo pronto, me propongo intentar afrontar el nuevo año con este enfoque optimista. Así que, mi irracional deseo para el 2018 es que la luz de la ciencia y el progreso filántropo nos ilumine para seguir confiando en un mundo más justo, más igualitario, más pacífico, más sano, más feliz… y que esa misma luz consiga brillar en todos nuestros hogares. Pues eso, que la esperanza en esta "edad dulce", médica, pacífica y digital, no nos falle.

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