Pues no, personalmente no ha comenzado este año nada bien. De los cuarenta días vividos de este dos mil veintidós, poco que resaltar y mucho que lamentar.

Sufrir la pérdida de un ser querido, en las circunstancias que sean, siempre es doloroso. Nunca se está preparado, pero se pueden llegar a entender, asimilar, cuando son de generaciones mayores y naturalmente deben partir antes que uno mismo.

Pero hay otras perdidas que hacen que tu entendimiento, tu percepción de la realidad, se tambaleen y creo que nunca llegarán a tener una explicación en el tiempo en el que sucedieron.

No es que venga a contaros penas, ni a recordar lo que sucedió hace unos días; vengo a escribir a la buena memoria de un enamorado de nuestra ciudad, de su gente, de su cultura, de su folklore; de una buena persona y de alguien a quien, en casa, consideramos un buen amigo.

Miguel, si tú, el del Resucitado, el de Durango, el de Sí Quiero, el de Ancalagüela, el que tú quieras…

Tal y como suena el último “bombazo” de un estribillo de Carnaval; tal y como suenan los cuatro zancos de una arriá de un paso de palio. Así, así te has ido, de esta forma tan efímera, nos has dejado.

De esta forma, aún siendo difícil, haces que miremos atrás, para sacarnos siempre una sonrisa al recordar los momentos vividos contigo.

Es difícil, cuando en nuestra misma casa miras en las paredes las fotografías y recuerdas como fue el momento exacto en el que nos echaste esa foto y lo que nos reímos.

Es difícil cuando escribo con esa pluma que en 2017 me entregaste cuando fui pregonero.

Es difícil, cuando mi hija sigue buscando en la Plaza España tu alegre saludo, siempre te portaste muy bien con ella.

Es difícil, cuando sabes que has perdido esa tertulia del tema que fuese, siempre con tu particular, original y espontánea forma de ver las cosas.

Es difícil, cuando sabes que esto es una pérdida irreparable.

Amigo, ya te echamos mucho de menos.

Iré a buscarte y a verte en la mirada de tu Virgen de la Alegría.