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Llega una de las épocas más complejas del año. Otras estaciones y eventos quedan marcados por la vorágine de las vacaciones, escapadas… las masificaciones, molestias y… días largos. La Navidad, sin embargo, entraña otra complejidad, una mezcla de tristeza y alegría difícil de definir. La combinación entre la creencia religiosa y el consumismo más laico. Un gazpacho de abrazos y felicitaciones, a veces, cargados de emotivo sentimiento, pero otras, en un extraño compromiso sin sentido. La Navidad, esa mezcla de tradición, y, sobre todo, de siempre nuevas tradiciones, pues a veces, el buen resultado de algún encuentro toma, de inmediato, el nombre de tradición de toda la vida. Momento ideal para crear quedadas y repetir una película, excusa para tomar una copa. Una época, como decimos, excesivamente compleja. Sin embargo, la realidad, aun existiendo personas que no lo reconozcan, es que sin saber por qué, la Navidad remueve conciencias de incluso los más duros. Quizás, los mejores momentos son aquellos en que en el bullicio nos quedamos solos, la mente se nos llena de un extraño sentimiento, y nos acordamos de algo, normalmente, que nos hizo felices, casi siempre, junto a alguien. Puede ocurrir en cualquier época del año, pero la realidad es que, sentados a la mesa, en la barra del bar apurando la última copa de la cena de empresa, comprando el paquete de polvorones en el Mercadona, o pasando por delante de la Iglesia, algo nos llena en estas fechas. Un amigo que se fue, como siempre, demasiado pronto, y con el que compartíamos trabajadera; el abuelo, el padre, la madre, el hermano, el hijo o simplemente, alguien a quien le dimos parte del corazón, aunque no fuera correspondido. Curiosamente, si nos acordamos en la orilla, en bañador, sonreímos gratamente, rememorando… pero en estas fechas, ese recuerdo se carga de un emocionado dolor, cálido y acogedor, angustioso… tan tristemente alegre que nos hace tener que enjugarnos la cara. Nadie se escapa a este sentimiento, y a pesar de que a veces, estas fechas se tildan de falsas, oportunistas y vacías, la realidad es que no podemos evitar ese recuerdo, y sin sentido alguno, algo tan simple, emotivo e intensamente interno, y contra lo que no debemos luchar, y que te derrumba por completo, puede ser ver un bote de peladillas, un polvorón de limón, o simplemente… una tableta de turrón de chocolate Suchard.
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