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Análisis

José Antonio Ortega Romero

Los cofrades a la calle

En Madrid tenemos manifestaciones todos los días. Ciudadanos que, con sus pancartas, megáfonos y panfletos toman las calles del centro para exigir cambios, expresar sus opiniones y reclamar aquello que consideran justo. Madrid es una ciudad viva, inquieta social y culturalmente, cuyas plazas son epicentro de reivindicaciones y convicciones.

Un espíritu sano y necesario, que por suerte también comienza a darse últimamente en El Puerto. Nunca nos sobrarán las manifestaciones. Lo que sobran son los brazos cruzados y los comentarios anónimos en Facebook.

La próxima semana se convoca la mayor manifestación pública de toda España. La de miles de cofrades que tomarán las calles de muchas ciudades para su protestación, la declaración pública de su fe. Ciudadanos, que con el mismo derecho que cualquier otro colectivo, comparten públicamente su filosofía de vida.

En sus pancartas no hay odio. Sus proclamas se basan en valores tan humanos como el amor o la caridad. Cofrades que, con su mensaje, gritan que otro mundo es posible. Vecinos que tienen un líder, Jesús de Nazaret, que nunca insultó o calumnió. Un líder tan inspirador como para que el cristianismo se haya convertido en el movimiento social más numeroso del mundo.

Procesiones que a bombo, corneta, caja y platillo hacen ruido para despertarnos del letargo que nos anestesia ante situaciones de horror social y político. Procesiones de silencio que invitan a la reflexión y a la escucha, tan necesaria para echar el freno ante el frenético ritmo de la vida actual.

Hay que protestar. Es necesario, y sano, que las hermandades salgan a la calle a reivindicar sus convicciones. Además, están agitados por otro de sus líderes, el Papa Francisco, que literalmente les anima a "hacer lío" con el mensaje de Jesús.

Porque las cofradías son manifestaciones revolucionarias. No hay nada más rompedor hoy en día que expresar abiertamente la creencia en la humanidad. Tomar partido, implicarse y reivindicar cambios en una sociedad cada más egoísta y menos pendiente del más necesitado y del más desfavorecido.

Con todo esto era imposible, y totalmente ilógico, que los propios cofrades suspendieran su principal "protesta", y la mejor oportunidad de manifestar su fe. Mientras las calles sigan llenas, los cofrades seguirán legitimados para salir a la calle de manifestación.

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