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Análisis

Guillermo Alonso Del Real

Ocho apellidos chiclaneros

Las dos películas de apellidos no eran una gran cosa, pero me divirtieron un rato, que no es poco. Tomarse a coña el rollo identitario es saludable y, según me parece, indispensable.

Yo no tengo ocho apellidos chiclaneros, ni de ninguna otra parte del territorio español. Es más: desconozco mis orígenes familiares, aunque tengo entendido que son de los más variopintos, lo cual me satisface sobremanera. No es por presumir, pero me consta que los perrillos mestizos, los mil leches, como se suele decir, son la mar de espabilados y poseen una capacidad de supervivencia en cualquier medio muy estimable. Lo del "pedigree" no es ninguna garantía de viveza ni de nada de nada; sólo sirve para que los propietarios de la bestezuela presuman entre sus amigos y conocidos, o para que lleven al pobre animal a lucirse en competiciones tediosas, cuyo hipotético premio disfrutaran los amos, no el perro.

Esta metáfora canina me lleva a recordar a aquellos maravillosos "Perros callejeros", nuestra modesta comparsa perruna guiada por el gran Andrés Ruiz Piñero. Todavía me encuentro por la calle a algunos de sus componentes y celebramos el reencuentro. Nada que ver con el Carnaval mercantilizado y lujoso que se va apoderando de la fiesta lamentablemente.

Pero volvamos al asunto. Ya he dicho que no tengo raíces chiclaneras, pero tengo que decir bien alto que Chiclana me acogió desde el primer momento sin reservas y con los brazos abiertos. Mi caso no es singular, porque en este pueblo o ciudad a nadie le pregunta de dónde ha salido o cuáles son sus orígenes. Si eres una buena persona de aquí, es igual que si lo eres de Kazajstán o de Toledo; si eres un "sieso" local, da lo mismo que si eres un capullo foráneo. Por la experiencia vivida, tengo la impresión de que Andalucía es así, que no se exige a nadie patente de andalucismo para vivir en ella. He andado de la ceca a la meca por muchos países, la mayoría encantadores, pero finalmente elegí Andalucía y Chiclana. Creo que acerté.

Por eso me irritan expresiones repugnantes, como las emitidas por el recién electo "President" de Cataluña: "Me disculpo pues ante todos los españoles, y lo haré con los andaluces en cuanto despierten de su siesta"…"No quisiera que algunas declaraciones mías del pasado rompieran el sueño de las gentes del sur, solo espero que no lleguen a los bares que frecuentan…" ¡Pero será mamarracho!

Me importa un pepino si estas y otras brillantes manifestaciones del individuo ése, el Quim Torra, fueron descontextuadas o no, porque las ha dicho y escrito: "verba volant, scripta manent". Todos esos dicharachos revelan una soberbia y una ignorancia descomunales. Colocadas en pleno siglo XXI resultan completamente grotescas. Lo malo es que las emite un tipo que dice representar a todo un pueblo, el pueblo catalán. Alguien que ostenta poder, aunque sea de modo vicario y vergonzante, porque vaya papelón que hace un Presidente electo que afirma que el verdadero Presidente es otro señor que está en Alemania. Todo un Pepe Botella de su particular Napoleón, un Napoleón de andar por casa, dicho sea de paso.

Con estas penosas actitudes se fomenta un anticatalanismo muy dañino; luego el más perjudicado resulta ser el pueblo catalán, esa notable amalgama de sangres extremeñas, murcianas, andaluzas, valencianas y un largo etcétera. Un pueblo que ha poseído durante muchos años el don del bilingüismo, que a mi, como filólogo, me parece un lujo allí donde se produzca. Pues parece ser que este ignorante malévolo considera "bestias" a los catalanes que se expresan en castellano. ¡Qué barbaridad!

Personalmente reconozco una extensa deuda cultural con Cataluña. No sólo por mi cuarto de sangre catalana, ya que mi abuelo mantuvo en Madrid y en pleno franquismo su tertulia en la lengua de Ausias March. Mucho más: estudie griego clásico en ediciones bilingües griego - catalán y utilicé los libros sobre la materia de Quintino Cataudella. Posteriormente trabajé y aprendí con los miembros de la "Escola d'Art Dramatic Adriá Gual", quienes, entre otras muchas hazañas introdujeron en España el teatro de Bertolt Brecht. Podría añadir un largo etcétera en esta deuda declarada.

Ahora me pregunto: ¿Qué coño tiene que ver aquella Cataluña abierta, cosmopolita, inteligente con la que parecen preconizar este racista y vulgar individuo y sus seguidores y acólitos? Nada de nada, "res de res".

Y no pienso meterme en consideraciones políticas formales. Que a la estupidez interesada de los independentistas se haya opuesto una torpeza agresiva por parte de un Gobierno, cuyos criterios no comparto en absoluto, es cuestión que atañe a otros. Cada palo que aguante su vela. Un ciudadano español de a pie, como el retornado, no ha tenido arte ni parte en todo este embrollo. Nosotros nos limitamos a sufrirlo, porque lo que sucede allí rebota contra España y contra su contexto supranacional.

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