Los amantes de Coldplay

21 de julio 2025 - 06:00

No sé qué canción sonaba en aquel momento, pero los amantes estaban disfrutándola acaramelados, abrazando él, más alto, a ella, mientras sus dedos se entrelazaban. Aquella pareja de casi cincuenta parecía estar enamorada sin mesura. Seguramente lo esté. Entonces se produjo el enfoque de la cámara del beso, la Kiss cam, y sus rostros demudaron en una común expresión avinagrada.

Tengo a Coldplay por una banda de pop elegante, posiblemente imitadora de U2 en sus comienzos -se cuenta que al principio de uno de sus conciertos se presentaron como el grupo de Bono, de hecho-, creadora de maravillosos himnos de la positividad, la alegría y el amor. Pep Guardiola usó uno de ellos antes de salir a disputar una final de la Champions, creo recordar. Su equipo jugó como nunca y no perdió como siempre. Su vocalista, Chris Martin, vio la imagen de la incómoda pareja en las pantallas gigantes y dijo "o son muy tímidos, o están liados". Llevaba razón, lo estaban.

El hombre de la camisa azul que abrazaba a la mujer del top negro tenían una aventura romántica. Él se salió de plano, escondiéndose en la parte baja de su escenario. Ella se tapó la cara, avergonzada, y se dio la vuelta. Una mujer a su lado, posiblemente conocedora del idilio, prorrumpía en una risa nerviosa. Estaban retratados para la posteridad sin ser de Teruel: eran los amantes de Coldplay.

Luego nos enteramos de que él era C.E.O. de una empresa de no sé qué y que ella era su jefa de prensa o de gabinete, o de lo que fuera. Ah, no, que no lo era. Daba igual ya, el escándalo estaba servido. Rápidamente aparecieron en internet fotografías de una guapísima mujer morena con tres niños chicos que, al parecer, iba a tener resuelto el resto de su vida gracias a las pensiones que percibiría de su divorcio. Los graciosos se plagiaban unos a otros en las redes: Coldplay saca dos nuevos "singles" (solteros). Ingenioso, ¿verdad?

Y entonces llegó el puritanismo extremo. Amanecimos ayer con la noticia de que la empresa a la que pertenecía el hombre de la camisa azul -me niego a decir cómo se llama- había prescindido de él. La infidelidad perjudica el buen nombre empresarial y todas esas mierdas sin sentido que confunden la espera privada con la pública. Espero que impugne ese despido. Me he acordado de aquella sentencia sobre el derecho a la propia imagen que provocó el finiquito de un tipo que había dicho a su jefe que estaba enfermo, pero que se había ido a ver un entreno de la selección española de fútbol, con tan mala suerte de que había aparecido en una fotografía en la primera página de un periódico deportivo, perfectamente reconocible, detrás de un portero haciendo una palomita. El fulano fue despedido de inmediato, pero consiguió anular la rescisión de su contrato laboral porque no había prestado su consentimiento a aparecer en la fotografía, anulando la prueba.

Los amantes de Coldplay podrán impugnar sus despidos mientras preparan sus divorcios, pero una cosa está clara: han pasado a la historia de la banda al compartirse su momento de íntimo cariño sin ningún tipo de autorización. El exhibicionismo propio o ajeno se infiltra en los ligamentos del derecho, provocando dolor en vez de apaciguamiento y, por qué no decirlo, destapando las máscaras de los enamorados infieles y de todos nosotros.

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