El Alambique
Manolo Morillo
El trompeta
Esencialmente fue un sevillano, de la plaza de la Alfalfa, pero aquella Sevilla, desde el punto de vista del flamenco primitivo, estaba muy enlazada con Cádiz, Jerez y los Puertos. La Isla, especialmente. Pues los míticos María Borrico, El Viejo de la Isla, Curro Pabla, El Fillo y, sobre todo, Ramón Sartorio, lo eran de nuestra ciudad. Fue un tiempo histórico en cierto modo nebuloso. Durante mucho tiempo yo no lo tenía en cuenta, sobre todo porque era la excusa para teorías del flamenco que no compartía en absoluto. Hasta el extremo que solía afirmar con rotunda convicción que el flamenco existió “desde” las primeras grabaciones de flamenco. O sea, los cilindros de cera y los primitivos discos de pizarra. Vamos, no me valía que me dijeran que tal cantaor hacía los cantes de El Mellizo o El Planeta. ¿Dónde estaban las partituras del Flamenco? En ningún sitio. Porque amén de minoritario, aquel flamenco se cantaba “con faltas de ortografía”. He pensado en todo esto leyendo el último libro del gran crítico y estudioso de lo jondo Manuel Bohórquez Casado, Silverio El hijo del italiano, (Colibrí Ediciones, 2025) una obra deslumbrante, llamada “novela” por su autor, en realidad un ensayo, o una novela-ensayo en la que se da la circunstancia excepcional de que todos los personajes son reales, han tenido existencia. Menos el narrador, una vez la voz que habla y otras un personaje más, el amigo de Silverio Franconetti que lo entrevista para esta obra, ya decía, deslumbrante. Incardinado -el hijo del italiano- entre el flamenco andaluz y el flamenco gitano, dotado de una voz prodigiosa y un sentido musical extraordinario, Franconetti no sólo crea y potencia los llamados cafés cantantes, donde tenía lugar el flamenco del primer cuarto del siglo XIX, el tiempo de creación del Flamenco y en donde se encuentra el verdadero ADN de los dos flamencos que acabarían confluyendo en el Patrimonio Inmaterial Universal que es hoy, lo que no deja de ser un milagro cuando se ha leído el libro de Bohórquez. El siglo XIX, en Andalucía, sobre todo en el eje Sevilla-Cádiz, fue riquísimo de historias y acontecimientos culturales y sociales. Pero también Málaga está en este libro, porque era una exigencia. Como Uruguay, a donde emigró el cantador (así llamado Silverio por el autor de la novela) para volver a España pocos años después. Como no podía ser menos, Bohórquez ha sido el arqueólogo perfecto de la historia del flamenco. El novelista estuvo en Cádiz, o sea, la ciudad trimilenaria, pero también en la Isla, el Puerto y Jerez. Muy contento de haber leído Silverio El hijo del italiano. Se la recomiendo vivamente.
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