Análisis

Paco Carrillo

¿Turismofobia?

Quizá me tachen de elitista por echar de menos la amabilidad, el trato singular, el respeto

Al principal recurso de la economía española lo están agrediendo de tal manera que corre un peligro serio. Las propias administraciones, incapaces de racionalizarlo, se sienten desbordadas -como con casi todo- por la falta de planificación que lo está dejando en manos de las mafias, pero que ya, abiertamente, existan ciudades que piden a gritos que las borren de las listas donde aparecen como lugares idílicos, demuestra que algo -muchos algos-, no están funcionando. Tan es así que ni existe libertad para que las empresas sean libres para ajustar sus precios y que estén en manos de intermediarios nacionales o internacionales, tantos por ciento de por medio.

Hace cincuenta años nació el 'very typical Spanish'. Valía todo: el chiringuito con las sillas cojas, manteles de hule -los de papel llegaron más tarde-, que se compensaba con productos autóctonos de indudable calidad. Todo very typical y olé. Rincones inéditos, apacibles, donde se podían hacer una o veinte fotos sin que una muralla humana lo impidiera. Se circulaba por carreteras convencionales, con baches hasta que legó el Plan Redia, y se tenía la oportunidad de descubrir rincones increíbles donde lo auténtico no estaba mistificado, donde sus gentes te miraban con curiosidad y con respeto, agradecidos de la visita.

De aquello, pobretón, sí, pero lejos de esta masificación donde se fletan aviones para que lo peor de cada casa venga a organizar botellonig, balconing, follaming, sin que las autoridades intenten poner freno a esos desmadres que, por otra parte, asustan a los que siguen pensando que veranear es elegir lugares tranquilos, amables, lejos de las tensiones diarias.

Tener que levantarse al alba para conseguir un hueco próximo a la orilla para plantar la sombrilla y la toalla; admitir que hay que hacer cola para reservar una mesa en el chiringuito y correr el riesgo de comer a la diez de la mañana, a las seis de la tarde o consolarse con una pizza, una hamburguesa o un perrito caliente…

Quizás algunos de los que han llegado hasta aquí leyendo piensen que echo de menos cuando la amabilidad, el trato singular, el respeto eran normas de obligado cumplimiento; quizás me tachen de elitista porque defienda el tiempo donde, pese al very typical Spanish, no existían las jaurías desmadradas y cada uno en su modestia tenía la seguridad de ser tratado como un señor, no como ahora, que incluso en alojamientos de cierto nivel, el trato que se recibe es el de mercancía de tránsito.

No es turismofobia, esto se hunde por culpa de las administraciones que, como siempre, están a merced de los acontecimientos. Si a esto se le añade la mala educación generalizada, el resultado es el que se está viviendo. Pienso, por ejemplo, en los antiguos hoteles familiares, pienso en la competencia desleal de los pisos turísticos, en las agencias con sus paquetes de bajo coste con el riesgo de quedar tirado en un aeropuerto… Pienso que se están cargando el invento. Ver una playa llena de sombrillas que impiden ver la arena, me horroriza. Comprendo, pues, la amenaza turismofóbica. Lo que no comprendo es cómo existe tanto inútil cuidando de la gallina de los huevos de oro.

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