Análisis

Pedro g. Tuero

Nuestra Semana Santa

La Semana Santa es esos recuerdos que se nos van quedando colgados del alma

Esa exaltación de la primavera, del color, de la música, de olores, de la flor, de recuerdos, pero también de fervor, oración, religiosidad, pasión, muerte y esperanza. Y toda esta apoteosis tiene en la calle su punto más cimero; en esa mezcla de gente, de nuestra gente, que tan bien exterioriza lo que siente; en esa juventud uniformada y de sentimientos cofrades; y, en medio de todo, tanta cara bonita llena de seriedad y respeto.

Calle expectante, que sisea, cuando el cantaor se arranca, para pedir el respetuoso silencio. A ese primer ¡ay! del saetero, el ruido y el murmullo se rompen, y sólo se oye el cimbreo del palio, sus varales y el tintineo de sus tulipas, la Virgen pasa despacio con ese cariño y mimo de sus cargadores. Sólo queda el tambor, mientras que en el resto de la banda que la acompaña hasta se respira suave y tímidamente para no quebrar el compás. Porque la saeta es también un misterio, misterio que es innato y único en este pueblo andaluz, como un hilo de amor, de sentimiento o de inspiración que se establece entre la imagen de Cristo o de la Virgen y el cantaor.

Una nueva Semana Santa cuyo pregonero ha sido una vez más de esa nuestra escuela de pregoneros isleños -Juan C. Muñoz Rivero-, como es la querida hermandad de los Afligidos. Una cofradía que nos ha marcado para siempre y que nos ayuda a sobrellevar el inmenso y gravoso peso de esta vida tan poco grata a la que pertenecemos.

Semana isleña que lleva sellados en su alma marinera el arte y la labor de su mantilla y peineta, adorno y realce de mujer, que fundidos componen una solemne ceremonia, un añejo rito triunfal, crisol en donde se mezclan todos los aspectos estéticos en una composición delicadamente labrada y cuidada. Estallido de arte en el escenario de la primavera y la Semana Santa como motivo primero, cuyo resultado final es sublime e inenarrable.

Porque la Semana Santa es también ese conjunto de imágenes y recuerdos que se nos van quedando colgados del alma como aquella túnica recién planchada y reluciente pendiendo del marco superior de aquella puerta familiar; de esa madre cuidadosa que, con especial mimo, la trataba y procedía para un efecto final espléndido. O de olores, tan distintos y únicos en esta venerada semana, como esos roscos tan nuestros o de ese azahar como reclamo de la primavera y de la inminente Pasión. Ese olor a incienso tan propio, que distingue la iglesia de donde proceden aquellos titulares que presenciamos. Y tantos otros motivos que conforman esta bendita celebración de la pasión y muerte de Cristo.

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