He recibido una carta de una buena amiga. A diferencia de otras veces, en esta ocasión la encuentro desanimada. Ella, que junto a otras personas han creado una organización dedicada a actividades solidarias, me dice que el ánimo en el grupo va decayendo. "Estamos quemados", escribe, y añade: "Tenemos que renacer".
Esta carta me ha hecho reflexionar y, como de costumbre, compartiré con ustedes mis reflexiones.
Se ha escrito mucho sobre "el cansancio de la misericordia". Frente a una catástrofe natural o una situación de extrema pobreza solemos reaccionar de un modo solidario y no nos cuesta tanto echar, incluso, la mano a la cartera. Nos sale de dentro querer echar una mano. Lo difícil es mantener en el tiempo esa actitud. Cuando tras una emergencia viene otra, y otra y otra y eso parece no acabar nunca, es cuando llega el cansancio. Poco a poco nos acostumbramos a convivir con situaciones que se van difuminando y van dejando de interpelarnos.
¿Quién no ha sufrido este proceso y puede tirar la primera piedra?
Y, sin embargo, creo que mi amiga tiene razón: hay que luchar contra esa tentación. Como repito siempre, cada uno de nosotros, aunque no podamos cambiar el mundo, podemos tratar de impedir que el mundo nos cambie a nosotros. Si los demás se cansan de ser solidarios, tú no lo hagas: sin juzgarlos, únete a otros y sigue tu camino. Atento a lo que pasa a tu alrededor, y sin conformarte con lo malo o injusto. Burke decía: "¡Qué lástima que porque puedas hacer poco, no hagas nada!".
Nada sabemos del pasado de los tres personajes de la parábola del buen samaritano. Tal vez el sacerdote y el levita fueran campeones de solidaridad en sus sinagogas el año anterior y el samaritano no, pero aquel día concreto, en aquel lugar concreto, y frente a un herido concreto, dos dieron un rodeo y el tercero, no. Si nos cansamos, lo cual es humano, debemos renacer. Lo cual es también humano y, sobre todo, es lo que necesitan los humanos que siguen tirados al borde del camino.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios