Rafael Marín

Propongo dedicarle a Rafael Marín la próxima Feria del Libro de su ciudad natal

Como nadie es profeta en su tierra el escritor Rafael Marín Trechera no quiso ser profeta ni poeta ni perro que le ladre. Sesenta años después de su nacimiento resulta increíble contemplar los lazos que teje el destino: Rafa fue compañero de banca escolar del excelso Óscar Lobato, compañero de andanzas del humanista Juan José Téllez y hermano de viñetas del dibujante superstar, Carlos Pacheco. O viceversa. Este fin de semana del puente de la Inmaculada, Rafael Marín acudió a la Hispacon de Valencia con Isabel, su esposa, a presentar su último libro, Ora pro nobis: Memento mori, una terrorífica historia de asesinos y mercenarios en el Vaticano, y a orillas del Turia fue galardonado con el prestigioso Premio Gabriel por su trayectoria en favor de la literatura de género y, especialmente, por su magisterio en tan complejas y nunca bien ponderadas materias como son la ciencia ficción, la fantasía y el terror.

Con más de treinta libros publicados, cientos de obras traducidas del inglés (fue reconocido con el premio a mejor traductor de la Eurocon 2003) y el mérito de ser el primer guionista de cómic español nacido en Cadi-Cadi que trabajara para la todopoderosa Marvel, Rafa Marín está encarnado en una segunda o tercera juventud. Tras recientes incursiones de una calidad inmensa en la novela histórica de aventuras -Don Juan, sobre la vida del Tenorio, y Victoria, narrando la epopeya de la circunnavegación de Elcano y Magallanes- y ganar un concurso de relatos convocado por el Ateneo de Sanlúcar de Barrameda sobre Discapacidad, Marín ha vuelto a firmar lo que más le gusta, aquello en lo que imparte lecciones a pistola o florete.

El veterano profesor de lengua y literatura inglesa del colegio San Felipe Neri, de Cádiz, respetado y recordado por alumnos de varias generaciones, ha recibido este merecidísimo reconocimiento que es el Premio Gabriel de manos de la junta directiva de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, como antes de él lo obtuvo gente de un nivel tan alto como Domingo Santos, Carlos Saiz Cidoncha, Pilar Pedraza, Miquel Barceló, el también gaditano Ángel Torres Quesada o Elia Barceló.

Lo mejor es que Rafael Marín sigue siendo Rafa Marín. Explico esta paradoja: es el mismo joven apasionado por la lectura y el cómic, por la literatura y su segunda lengua, el mismo tipo ácido e inteligente que escribe obras maestras como Juglar, Lágrimas de luz, o La leyenda del navegante, por no hablar de la desternillante trilogía de Torre, el detective sonado, más viñero que muchos.

Desde mi admiración por Rafa y tras compartir con él diez o quince tipos de paellas diferentes en la Hispacon de Valencia, he querido hacer una membranza torpe y algo atropellada de una figura inmensa de nuestra literatura que, como siempre, no recibe en casa el respeto que merece: el descampado de Hércules fue siempre agreste y peligroso para los que lo pastan. Por eso propongo dedicarle a Rafael Marín la próxima Feria del Libro de su ciudad natal, esa misma feria en la que no pudo presentar su última obra, el mayo pasado. Y si es en la plaza de San Antonio, mejor.

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