Balas de plata
Montiel de Arnáiz
El abismo
El mismo Sánchez que, con tal de distraer la atención de los que aún creen en él, criticaba ayer en su homilía dominical a los que llevan túnicas o togas negras (jueces y sacerdotes) afirmó que sigue mereciéndole la pena gobernar. No existen contradicciones en Sánchez, todo en él es una mentira autoaceptada. Carece de todo interés para mí lo que diga este personaje escurridizo que no va a abandonar su preponderante posición gubernamental así lo impute el Tribunal Penal Internacional, y que seguirá cantando la misma canción que tantos y tantos niños han declamado a lo largo de los tiempos: la culpa es del profe, que me tiene manía.
Porque a Sánchez, según Sánchez, le tienen manía los magistrados (menos los Jueces, Juezas y Juezos para la Democracia) y por eso tienen imputada a su esposa, a su hermano, a sus dos últimos secretarios de organización, al candidato a la Junta de Extremadura, han condenado a su Fiscal General del Estado y tienen casi pidiendo la extremaunción de la confesión judicial a Koldo, Leire Díez, el ex presidente de la SEPI y al Plus Ultra en pleno. Además, las denuncias de acosos sexuales y laborales a Paco Salazar y otros dirigentes de diferente importancia, al parecer tapados o dilatados durante meses por el partido, le han hecho muchísimo daño a aquél que seguramente le diría a Susana Sumelzo que era socialista porque era feminista, o viceversa. Por eso tiene Sánchez a un par de ministros bocachanclas diciendo memeces por encima de sus posibilidades -que son muchas- y a otros más tapados, posiblemente para no caer presos de su propia hemeroteca.
Que una persona con un mínimo de dignidad hubiera ya dimitido hace años (un poner: tal y como le tumbaron los primeros presupuestos) y convocado elecciones generales lo sabe hasta Máximo Pradera, pero la dignidad no es algo que pueda achacársele a Sánchez. El presidente está más preocupado en aguantar el tirón como sea, dejar que pase el tiempo y que entremos en el plácido período navideño, que asumir cualquier tipo de responsabilidad. Se agazapa ante cualquier escándalo que distraiga la atención (el comodín de Franco ya se ha usado, ahora toca la lista de mejores libros del año en Babelia o la jerarquía eclesiástica y la supuesta laicidad del Estado) con tal de mantener el poder defensivo que le otorga su cargo.
Mientras, la UCO -ese magnífico cuerpo de investigación criminal que aunque puedan pensarlo no creó Lorenzo Silva- continua dando lecciones de integridad y cumple con su misión aunque remuevan a sus mandos, casualmente, premiándolos con ascensos que implican una orden de protección y de alejamiento de los criminales, casi. Esta semana han entrado a tropel en dos ministerios y en las oficinas centrales de Correos buscando contratos, comisiones, mordidas y trabajos gruesos o finos de fontanería.
Y todo esto ocurre al mismo tiempo que siguen publicándose por capítulos entrevistas a Ábalos, que tiene clarísimo que va a morir matando. El abogado se lo pagaba el partido, pero ya no. Estaba en libertad, pero ya no. Estate calladito, pero ya no. Sánchez envejece por días, el cabello ceniciento y rostro de zombi, con mirada inyectada de odio y chaqueta de pana que aparenta ser de un rico sin ínfulas. El mismo que se limpiaba la mano con asco después de dársela a un mendigo. Un personaje que no dimitirá, como Rubiales, ni aunque lo imputen y procesen, no por seguir su “Manual de resistencia”, sino porque más allá sólo le espera el abismo.
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