Desde mi ventana veía a las cigüeñas hacer los nidos, criar, aguantar los vientos, las lluvias, las puestas de sol y los amaneceres… testigo del trasiego y el pasar, fieles guardianes de la nada.

Desde mi ventana veía como la piedra vivía como mudo testigo de los acontecimientos de aquella plaza, gastadas por el pasar de los años, fuertes por los momentos vividos, esperanzadas y rubias. Mi mente viajó en el espacio y el tiempo, comparé la visión de aquella piedras con la de otras ciudades, la imaginé situada en cualquier otro lugar, pero ya formaba parte de mi y era imposible el traslado. En breve se convertiría en indiscutible protagonista de una semana en la que se llenaría de gente, entonces pensé en todos aquellos días en los que nadie reparaba en ella. También recordé sus nombres, pero siempre se me quedó grabado el de Prioral, la Prioral.

Desde mi ventana no veía la plaza, pero su piedra me trajo el reflejo de una plaza llena de terrazas, tiendas, paseantes. La piedra me reflejó a gente tomando el sol mientras tomaba una cerveza, el reflejo de niños que jugaban mientras los adoquines parecían recobrar la ilusión de ser el centro de su ciudad. No me equivoco en pensar que cada visitante de esta ciudad, subiendo por calle Palacios experimenta cierta satisfacción al ver el final, que en realidad es el principio, bordado en el espacio. No me equivoco al pensar que la plaza no se muere gracias a ciertas iniciativas que ocupan uno de sus flancos con terrazas. Pero cuando alguien sube por Palacios, no presiente nada, el vacío, la piedra desnuda recortando la calle.

Por suerte, al sumergirse en el entorno puede saciar su ser. Y aun así, qué triste ver el resto de lados vacíos, esperando algún milagro o valentía para ser fuente de vida; el desaprovechado espacio usado como campo de juegos, lo que al menos es un consuelo, miraba con envidia las terrazas ocupadas.

Desde mi ventana veía la piedra triste, triste y esperanzada ante lo que podría ser y no es. Cerré la ventana y visité aquella plaza, desde mi posición y entrada veía las terrazas llenas de gente, cerré los ojos con la esperanza de llegar al interior de la misma y abrir los ojos ante el centro de la ciudad…. Solo vi lo que veía, ocupe una de las mesas que estaban libres y mire hacia el campanario… sentí como la piedra sonreía y las cigüeñas se burlaban de quienes no sabían disfrutar de uno de los espacios mas desaprovechados de la ciudad.

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