No estoy muy seguro, pero creo que la primera vez que vi escrita esta palabra fue cuando, mediados los cincuenta del siglo pasado, descubrí La rebelión de las masas, aquel ensayo de Ortega y Gasset que, junto a otros, leíamos los pijos-progres de corbata y pantalón bombacho. Fardaba mucho tener conocimiento de Sören Kierkegat, Sartre, Camus; presumir de conocer Cahiers du cinéma o su sucedáneo en español, Film Ideal, aquella revista que Félix Martialay, convertida en icono para los que estábamos convencidos de que el cine no era ese espacio donde se hacía manitas y que olía a ozonopino, sino la ventana de un mundo distinto al nuestro de prietas las filas.

No niego que, lecturas aparte, nos ayudó el neorrealismo italiano de los Rosellini, De Sica, Fellini, Visconti y aquel movimiento cinematográfico, Nouvelle Vague, de los Godard, Truffaut, Resnais… El cine americano, pese a sus grandes directores e intérpretes, tenía Hollywood como cedazo y Hollywood pecaba de frívolo para los "progres" de aquella época; tuvo que pasar un tiempo para comprender a Ford, a Welles, Huston, Billy Wilder… Casi sin pretenderlo empezamos a aprender las claves del lenguaje cinematográfico, aquel que un primer plano de un rostro bastaba para adivinar un pensamiento, un movimiento de cámara ahorraba todo un discurso, un ángulo visual y una iluminación eran suficientes para inspirar sentimientos.

Perdone la digresión y si este preámbulo resulta pelín pedante, pero así fuimos los que buscábamos otras alternativas a las sacrosantas leyes del ordeno y mando. Llegar a escéptico ha requerido un largo camino, mucha introversión y un rechazo instintivo a todas las doctrinas propensas a la masificación. Quizás fuimos existencialistas sin consciencia de serlo pero nos importaba más, ya entonces, la individualidad del ser humano que las piaras.

Pero volvamos al politicismo. Ortega, ya digo, lo definió como: "La absorción de todas las cosas y de todo el hombre por la política". Lo que está ocurriendo hoy. Ahora cuando el tiempo pasado ya debiera verse con la mano extendida como visera y el futuro como un azar en manos de especuladores, el politicismo se convierte en la suma indiscriminada de todas las ideologías, incluidas las religiones, que siempre han buscado el sometimiento del hombre a cambio de señuelos terrenales o sobrenaturales. Socialismo, comunismo, fascismo, nazismo, liberalismo, sindicalismo, capitalismo todos empeñados en redimir a los humanos prescindiendo de sus singularidades mediante distintas coartadas apoyadas en la masificación. El politicismo es, pues, el saco donde cabe todas esas intenciones, esas tendencias que lo único que de verdad pretenden es el ejercicio del poder de todo y sobre todos.

Consentir. Ese es el principio para llegar a la prohibición porque prohibir es más fácil que educar, y educar no consiste en llenar las cabezas, sino de formarlas para que cada cual pueda pensar por sí mismo. Lo triste es que, sin remedio, se están imponiendo las ideologías de pan para hoy y hambre para mañana, por eso las democracias basadas en impunidades son dictaduras con urnas. Y así nos va. Y peor nos irá mientras sigan gobernando los mediocres.

¡Ah! Y de lo ocurrido en Cuelgamuros-Mingorrubio, una palabra: Politicismo.

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