Si quieres pasar a la posteridad, no inventes una vacuna, hazte una biografía", dice J.J. Millás. Y me trae a la memoria a aquel joven periodista al que regalaron un cuadro enorme de un famoso pintor. Como vivía entre estre-checes, lo rechazó, y así se ganó fama de incorruptible. Por falta de sitio.

Aquí hay un poco de chamba, pero hay otros que se lo curran bien currado. Mira Pemán, que escribió su propio pasado con otra música y otra letra. Porque Pemán fue, en el primer gobierno de Franco, el responsable de Cultura y Enseñanza. Y así se convirtió, usando su fina palabrería para envolver ideas abominables, en el enterrador de lo más valioso de la obra republicana, su política educativa y cultural. Pemán se benefició del franquismo, y sólo cuando palmó el dictador mostró su desacuerdo. Un desacuerdo más virtual que otra cosa. Pemán, ya en 1970 (Mis almuerzos con gente importante), decía que los fusilamientos franquistas tuvieron "una precisa función de ejemplaridad o escarmiento".

Pero le salió bien el lavado y planchado de su biografía, porque hoy la bienpensancia defiende su imagen de abuelete adorable que escribió la mar de bien las cositas de Cádiz. Y por supuesto, como he leído estos días, "sin apego a la Dictadura". ¡Chin pón!

A otros, sin embargo, les salió rana falsificar su biografía. Un poné, Alfonso Guerra. El del traje de pana proletaria, mal afeitado y puño en alto, el héroe de los descamisados, que no dormía, siempre en vela por las esencias del socialismo. Era la moto que vendía, un erudito que ponía los ojos en blanco oyendo a Mahler, un ingenioso intelectual que ponía motes, que escribía poe-sía y se tapaba la nariz ante la crudeza de la política. "Yo no quería, me liaron". Mardito roedore, lo liaron y se tiró 38 años de diputado y diez de vicepresidente del Gobierno.

Todo un paripé: una biografía más falsa que los duros sevillanos. Jorge Semprún llevaba razón. Hoy a Guerra se le ve como un tipo fatuo, insoportable y narcisista, que sirve de mascota a la derecha. Y ésta lo usa para ladrarle al Gobierno, ay, del mismo partido que el susodicho.

Y lo mismo ni le gusta Mahler, sino el cine de Lina Morgan y el bingo.

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